domingo, 19 de enero de 2014
CRONICAS DE MIAMI
CRONICAS DE MIAMI
Por: Nicolás Pérez Delgado
01/16/2014
¿Estarías en Miami ahora?
Existe una considerable cantidad de cubano-miamenses que parecen padecer de un gran complejo de inferioridad, pues ansían ser tan o más blanco que los anglosajones o, aún mejor: tener pescuezos de sureños de extrema derecha: como los redneck, esos grandes devotos que en la Guerra Civil estuvieron contra Lincoln y hoy están contra Obama, por mulato y comunista.
Y sureños son: viven en la Florida y la mayoría, siguiendo los intereses de los desinformadores de los medios de Miami, están contra todo movimiento progresista. Sólo les falla la piel, no tan pálida como desearían, y el color de los ojos, pues a no pocos les sale el ramalazo de congo, carabalí o árabe, y aunque sean blancos y de narices aguileñas porque el gallego no les esté lejano, el cabello a veces resulta duro o ensortijado y, aún a los de pelo lacio, el sol no les pone tan colorados los pescuezos.
Pero ellos persisten. Quieren ser americanos, como si hubieran nacido en otro continente. Y es que quieren ser americanos, pero a lo anglosajón. El bolero, el son, el chachacha, el mambo o la guaracha es atraso cultural y ya sólo escuchan música en inglés. De José Martí, ni hablar. Se atrevió a decir que vivió en el monstruo y le conoció las entrañas.
Mi amigo Irenaldo García, quien nada tiene que ver con el esbirro batistiano de igual nombre, dice que estos nacidos en Cuba tal vez se sienten raza superior porque la Ley de Ajuste Cubano les enredó el cerebro al incitar y permitir a los de la Isla atracar en los Estados Unidos y no ser ilegales ni por tres horas. Igual que si hubieran nacido en New York o Nevada. Otros inmigrantes, personas decentes y trabajadoras que jamás han cometido un delito y religiosamente pagan sus impuestos, pasan hasta veinte años en los peores trabajos porque no tienen papeles, escondiéndose siempre de las autoridades de inmigración.
Irenaldo se pregunta sobre el número de cubanos que se parten la vida en las tomateras de Homestead, y no le aparece ninguno, pues aun a los mulatones, de tanto violento sol, el pescuezo se le hubiera puesto peor que el de los redneck: más que colorado: duro como el de los cocodrilos.
Es cierto. Y este cronista, por curiosidad, ha preguntado a un montón de sus compatriotas que nacieron con la Revolución si hubieran venido a este país de ilegales, como lo hacen por decenas de miles mexicanos, salvadoreños y gente de otros países.
La pregunta los confunde. Como se dice en Cuba: los deja fuera de base. Y eso que allá no ganaban dólares, ni mucho dinero. La inmensa mayoría carecía de auto. Durante el llamado Periodo Especial, luego de la desaparición de la Unión Soviética, el transporte se les puso al nivel de Edad Media y tuvieron que montar bicicletas chinas. Hasta cirujanos pedaleaban a sus salas de operaciones. La jama, como diría el negro Pánfilo, se puso difícil. Los apagones sumaban horas y hasta casi dejaron de mencionarse, pues lo importante eran los alumbrones.
Pero las universidades siguieron graduando abogados, ingenieros, agrónomos, arquitectos, técnicos medios de todas las profesiones. Los novios no dejaron de besarse. Los teatros ni el ballet cerraron puertas. Los Van Van siguieron tocando. Nadie perdió el trabajo. Los libros permanecieron a precios irrisorios. Ni una escuela cerró. Nadie olvidaba la botella de ron a granel que daban al mes por la libreta y los que querían más fiesta hacían globos con preservativos, inventaban y bebían chispa de tren o mofuco, y no se dejó de reír aunque el encabronamiento no faltara.
Si otro cualquier país, incluso los poderosos Estados Unidos, hubiera perdido de un día para otro el 85 por ciento de su comercio exterior y suministro de petróleo, quiebra como un palillo de dientes, y si situamos esa situación en la década de los años treinta del siglo pasado, en los Estados Unidos el comunismo hubiera triunfado en un santiamén.
Recuerdo que Irenaldo me dijo: “Mi socio, parece que el socialismo es un sistema especial, algo tiene o, si no, fue brujería de Fidel, pues la Revolución bien que se hubiera ido a bolinas.”
Y me siento a escribir esta crónica con pena por esos compatriotas que quieren ser más yanquis que Abraham Lincoln. A mí me enorgullecerían si, por ejemplo, fueran como los mexicanos esos que ellos no valoran por pobre gente, los de las tomateras de Homestead o de otros humildes trabajos en cualquier parte del país. Sus abuelos fueron pobres campesinos, tan explotados y abusados como sus propios padres. Generaciones enteras sin posibilidad de superarse, sin lograr siquiera un diploma de escuela secundaria. Humildes, pobres de solemnidad porque la Revolución Mexicana, la de Pancho Villa y Emiliano Zapata, fue traicionada.
Pero ellos no maldicen a su país, para el que desean siempre lo mejor. No permiten que nadie, y menos un extranjero, trate de denigrar a su México lindo y querido. Pues, entonces, se fajan a lo macho, a lo Juan Charrasqueado.
Por eso, lo que se cuestiona mi amigo Irenaldo García, de quien vuelvo a repetir nada tiene que ver con el esbirro batistiano de igual nombre, sigue en pie: “¿Cubano, tú que ahora tanto reniegas de tu país, realmente estabas tan mal allá que hubieras venido al sueño americano como los centenares de miles de inmigrante de América Latina y otras partes del mundo: sin que el gobierno yanqui te incitara a venir, tú ilegal, sin siquiera permiso de trabajo, simple basura para autoridades de las que tendrías que andar durante años o décadas escondiéndote? La verdad, asere, dime: ¿estarías en Miami ahora?”
Les habló, para radio Miami, Nicolás Pérez Delgado.
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