lunes, 18 de noviembre de 2013
CUENTOS DE CAMINO
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Cuentos de camino
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
16 de Noviembre del 2013 17:05:45 CDT
La Habana cuenta con el parque urbano más grande del mundo. Se
extiende a lo largo de unos ocho kilómetros. Es el Malecón. Su muro se
convierte en un asiento de piedra casi sin fin. La ciudad dispone
además de avenidas cuyos paseos centrales, arbolados y con bancos, son
parques verdaderos. Ahí están, entre otros, los de las calles G y
Paseo, en el Vedado, vías que con sus 50 metros de ancho llevan de
alguna manera el mar a la ciudad; el de la Quinta Avenida, de Miramar,
y el mítico Paseo del Prado, con copas, ménsulas y leones de bronce,
farolas, laureles frondosos y bancos de mármol. Y están, por supuesto,
los parques de barrio, presididos casi siempre por la estatua de
alguien que merece ser recordado. En cada barriada habanera hay un
parque llamado de los chivos, que buscan para pasar las horas
estudiantes fugados de clase y jóvenes enamorados que quieren librarse
de la curiosidad callejera y encuentran en ellos espacio discreto para
el amorío. ¿Existen esos parques de los chivos en otras ciudades del
país?
Una construcción duradera
La referencia más antigua sobre la construcción de un camino en La
Habana data del 14 de febrero de 1575, cuando un acta del Ayuntamiento
de la villa anota la inexistencia de esos senderos o veredas y
advierte lo conveniente que resultarían para el servicio de la Corona,
el bien de la localidad y la comodidad de vecinos y moradores «para
que se pueda andar e caminar». Recoge el documento la queja de los
regidores por los caminos reales que «se mandaron abrir y no se
abrieron», y dispone que 12 indios e igual número de negros horros,
con sus hachas y machetes, abran un camino en Guanabacoa y que se
valore y se les pague su trabajo.
Muchos años después, en 1796, la Junta de Fomento decidía empedrar el
viejo camino de Jesús del Monte y comenzaba a hacerlo por el tramo
comprendido entre el puente de Chávez y la Esquina de Tejas. Se
empedraron 13 500 varas cuadradas en cinco meses, con un costo de 30
734 pesos fuertes, cifra esta excesiva, expresa la relación de la
Junta, porque tuvo que acometerse una excavación de 400 varas de
largo, 17 de ancho y 1,5 de profundidad, en la que, durante 45 días,
trabajaron cien hombres. Una vara española equivale a poco más de 0,8
metros.
La obra exigió la construcción de dos puentes pequeños y de un petril
de sillería sobre muros de mampostería ordinaria y se tragó 10 156
carretadas de piedra. Una carretada equivale, más o menos, a 1 500
kilogramos.
No es sin embargo hasta 1823 cuando se hizo un primer intento de
normar la construcción de caminos. La Junta Económica del Real
Consulado dedicaba fondos a la apertura de senderos y exigía que los
de la ruta central se abriesen con 50 varas de ancho, los
provinciales, con 24, con 12 los vecinales y con una anchura de seis
varas los caminos domésticos.
Otro documento, Memorias de obras públicas, publicado en 1860 y que
cubre los años comprendidos entre 1795 y 1858, consigna la
preocupación del Gobierno colonial por lo que allí se llama Camino
Central de la Isla.
El camino hacia el Oeste arrancaba en La Habana y terminaba en Pinar
del Río, luego de atravesar Marianao, Guanajay, Artemisa, Las Mangas y
Paso Real de San Diego, y era —se afirma— «un camino natural sin
preparación de ninguna clase, con algunas pocas obras para atravesar
ríos, arroyos y cañadas». Un primer tramo hasta Güines comprendía el
Camino Central del Este. Proseguía por Unión de Reyes, Jovellanos —que
recibía entonces el nombre de Bemba— y Macagua. Continuaba por Santo
Domingo, La Esperanza, Santa Clara, Sancti Spíritus y Ciego de Ávila.
Y seguía desde allí por Puerto Príncipe, Guáimaro y Las Tunas hasta
Cauto Embarcadero. Desde Macagua, esta ruta tenía una extensión de
181,5 leguas, esto es, 770 kilómetros aproximadamente.
El Camino Central al que se alude en las Memorias de 1860 se afirmaba
en piedra y tenía un ancho de cinco metros y con esa anchura continuó
extendiéndose. El presidente Menocal adelantó en la vía gracias a la
ley del 25 de agosto de 1919, que le autorizó a invertir en esta 1 200
000 pesos anuales.
De esa forma se tiraron nuevos tramos del camino y se prolongaron los
existentes. Al ascender Gerardo Machado al poder, el 20 de mayo de
1925, los trechos de esa carretera sumaban unos 650 kilómetros,
repartidos, de manera discontinua, por las seis provincias de
entonces.
Era, en gran parte, una carretera en mal estado, con curvas cerradas y
anchura insuficiente, salvo en el tramo de diez kilómetros entre La
Habana y San Francisco de Paula, y el de La Habana a Arroyo Arenas (15
km) ambos ensanchados y adoquinados con granito entre 1913 y 1914.
Los trabajos de la Carretera Central propiamente dicha comenzaron en
San Francisco de Paula, el 1ro. de marzo de 1927. Tiene una extensión
de 1 139 kilómetros. De estos, 690 cruzaron por zonas donde no
existían más vías de comunicación que los antiguos caminos reales, y
450 utilizaron total o parcialmente las explanadas de las carreteras
que le antecedieron. Comunicó zonas extensas y fértiles y atravesó 60
pueblos y ciudades. Es una de las siete maravillas de la ingeniería
civil cubana y los especialistas la catalogan como la obra del siglo
XX en Cuba. Es una de las mejores carreteras de América Latina y
ejemplo de construcción duradera. Ha resistido, durante decenas de
años, cargas muy superiores a las que se suponía que soportara. Acortó
distancias y conectó rincones de la geografía insular, lo que redundó
en todos los órdenes de la vida cubana: humano, social, cultural,
científico, político y económico.
Valga una aclaración. Se ha repetido mucho que la Carretera Central
debió tener una anchura de ocho metros, y que Machado y su camarilla
la dejaron en seis para apropiarse del dinero que eso hubiera costado.
No hay tal. La carretera tuvo siempre los seis metros de ancho con que
se construyó. Así se advierte en los planos originales. (Con
documentación de Juan de las Cuevas)
Pepe Jerez, ¿quién eres tú?
El triángulo situado en Monserrate, frente al comienzo de la calle
Neptuno y al final del callejón de San Juan de Dios, lo ocupa el
parque —más bien parquecito— de Pepe Jerez, famoso y popularísimo jefe
de la Policía Secreta de La Habana durante los años iniciales de la
República y valeroso oficial del Ejército Libertador.
En 1951 se colocó allí el busto de Manuel Fernández Supervielle,
alcalde habanero que se suicidó en 1947 cuando se percató de que no
podría cumplirles a los habitantes de la ciudad la promesa de un nuevo
acueducto, para el que el presidente Grau le había prometido la ayuda
necesaria. Lo curioso es que todos identifican a este parque como de
Supervielle, mientras que su nombre oficial duerme en el olvido.
Caso similar sucede con el llamado Parque de San Juan de Dios, espacio
enmarcado por las calles Aguiar, Habana, Empedrado y San Juan de Dios
o Progreso, sitio ocupado por el primer hospital que, aunque
imperfecto, mereció ese nombre en la capital. Se erigió allí una
estatua de don Miguel de Cervantes Saavedra, y se pretendió que el
nombre del parque fuese el del famoso autor del Quijote, aunque ya
anteriormente y de manera oficial el espacio había sido bautizado con
el nombre del mayor general Emilio Núñez, del Ejército Libertador.
Ni Cervantes ni Emilio Núñez… El cubano de a pie lo ha llamado siempre
Parque de San Juan de Dios.
Esas calles
La calle Galiano debe su nombre a don Martín Galiano, ministro
interventor en las obras de fortificación de la ciudad, quien
construyó un puente, el cual llevó su apellido, sobre la Zanja Real
que recorría la actual calle de este nombre y surtía de agua a la
ciudad. Luego, en 1839, se construyó otro puente que permitía el paso
del ferrocarril que salía de la Estación de Villanueva, enclavada en
parte de los terrenos donde hoy se ubica el Capitolio. Hasta 1842,
Galiano estuvo cerrada en la calle San Miguel por una manzana de
casas. Desde ahí hasta San Lázaro, Galiano no era Galiano, sino
Montesinos, posiblemente un vecino o comerciante del lugar.
Como datos curiosos, añade el escribidor, en la esquina de Zanja
existió un baño público, que el terreno donde se encuentra la iglesia
de Monserrate se conoció por el nombre De la Marquesa, por pertenecer
a la marquesa viuda de Arcos, y que en el entronque de Galiano con San
Lázaro se encontraban las canteras de donde se extrajeron piedras para
las primeras casas que con ese material se construyeron en la villa.
En 1917 se dio a Galiano el nombre oficial, que no ha sido modificado
nunca, de Avenida de Italia.
Lino y seda; cangrejos y mosquitos
Hacia 1771 la mejor entre todas las calles habaneras —se dice— era la
de Mercaderes, que solo se extendía a lo largo de unas cuatro cuadras,
y tenía repartidos por una y otra aceras distintos establecimientos
donde podía encontrarse lo mejor en tejidos de lana, lino y seda.
Estas tiendas atraían a las damas elegantes, y Mercaderes era entonces
lo que fueron más tarde Obispo y luego San Rafael y Galiano, con la
diferencia de que en aquella época las damas no abandonaban sus
volantas para hacer las compras, porque era de mal gusto penetrar en
las tiendas.
Arrancaba dicha calle desde la Plaza de Armas y, al igual que otra
calle bien alineada, Oficios, iba a encontrarse en lo que se llamó
Plaza Vieja. En este punto, en dirección Oeste, se trazó la calle Real
(Muralla) que daba salida al campo por la Calzada de San Luis Gonzaga
(Reina) y conducía a una hacienda nombrada San Antonio el Chiquito,
donde se fomentó un ingenio de azúcar, que existía en 1762 cuando la
toma de La Habana por los ingleses.
A continuación de la de los Mercaderes, se trazó la calle de las Redes
(Inquisidor). Paralela a la calle Real se hallaba la del Basurero
(Teniente Rey), porque conducía al vertedero de la ciudad.
En la misma dirección, partiendo de la Plaza de Armas, iba la calle de
Sumidero (0’Reilly), nombre este que tomó por el Segundo Cabo que vino
con el Conde de Ricla a la restauración española, después de la
efímera dominación inglesa. Salían desde 0’Reilly, rumbo a la boca del
puerto, las calles que se llamaron Habana y Cuba y que a través de los
siglos han conservado sus nombres.
En las calles que hemos citado, las casas obedecían a una alineación y
equidistancia. En el resto de la ciudad se construía a la diabla, es
decir, cada cual establecía su casa donde lo creía conveniente. Todas
las casas eran de guano o de madera y estaban cercadas o defendidas
por sus cuatro costados con tunas bravas. Cuando llovía la ciudad era
intransitable.
Los mosquitos eran insoportables, especialmente para los tripulantes
de las flotas. Y había tal cantidad de cangrejos en todo el litoral,
particularmente en las cercanías de la Punta y Caleta de San Lázaro,
que por las noches, cuando se acercaban en busca de los desperdicios
de las basuras domésticas, metían tanto ruido que muchas veces se les
tomaba por invasores ingleses
Ciro Bianchi Ross
ciro@jrebelde.cip.cu
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