lunes, 12 de agosto de 2013
Historia perdida del Sans Souci (I)
Historia perdida del Sans Souci (I)
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
10 de Agosto del 2013 18:49:36 CDT
La historia del cabaré Sans Souci parece haber sido tirada por el
agujero de la memoria. Mientras que investigadores y periodistas,
animados a veces por la propia administración de ese centro nocturno,
se afanan por reconstruir el decursar de Tropicana y discuten hasta el
cansancio el porqué del nombre de la afamada casa de fiestas y cuándo
y dónde se compuso la canción que sirve allí de opening a sus
espectáculos, se va perdiendo la historia de otros cabarés. Sans Souci
no es el único caso.
Por su ambiente exclusivo y su refinada elegancia, Sans Souci llegó a
ser tan famoso como Tropicana. César Portillo de la Luz, el célebre
compositor de Tú, mi delirio y Contigo en la distancia, que trabajó
como músico en el bar de ese establecimiento, dijo a este escribidor
que mientras Tropicana era preferido por extranjeros que visitaban la
Isla, Sans Souci era más de los cubanos. Connotadas figuras
internacionales se hicieron aplaudir en su pista como estrellas de
producciones fastuosas en las que coristas norteamericanas se
convertían en un atractivo añadido. Durante un tiempo, Roderico Neyra,
aquel mulato deformado por la lepra, de baja estatura y sonrisa pícara
que hizo famoso el seudónimo de Rodney, se encargó de sus
coreografías, marcando con estas una forma de hacer y concebir el
espectáculo. Cuando en marzo de 1952 Rodney pasó a Tropicana, ocuparía
su lugar un artista de la talla de Alberto Alonso.
El cabaré habanero tomó su nombre del palacio que Federico II, el
Grande, se hizo construir en Postdam a partir de 1745. Rivalizaba con
el palacio de Versalles de la monarquía francesa, aunque era bastante
más pequeño. Ese edificio fue para el rey de Prusia un lugar de
descanso más que un centro de poder. De ahí su nombre, Sans Souci, que
puede traducirse como «sin preocupaciones». La misma idea animó a los
fundadores del Sans Souci habanero. Querían que la visita de su
clientela transcurriera libre de inquietudes y desvelos en aquella
villa de estilo español situada en la carretera de Arroyo Arenas y que
ofrecía sus espectáculos bajo las estrellas.
El centro nocturno habanero abrió sus puertas tras el fin de la I
Guerra Mundial y el gallego Arsenio Mariño, avecindado en La Habana
desde 1914, fue uno de sus propietarios originales. Allí conoció a la
que sería su esposa, una bailarina alemana que, con el nombre de Las
hermanas Farry, haría con el tiempo pareja con su melliza. De esa
unión nació la excelente actriz, cantante y bailarina cubana Yolanda
Farr, que así lo contó en sus memorias. Se supone que Mariño vendió su
parte a comienzos de los años 30 y se fue a Sudamérica de gira con las
Farry.
Explota el escándalo
Desconoce el cronista quién o quiénes quedaron como dueños del
establecimiento a la salida de Mariño. Sabe que con el tiempo Sans
Souci pasó a manos de Sammy Mannarino, un gángster de Pittsburg que lo
regenteó en sociedad con su hermano Kelly y hampones de Chicago y
Detroit. Y es con ellos precisamente que se relaciona uno de los
escándalos más sonados del devenir de los juegos de azar en La Habana.
Mannarino y sus socios vendieron a Muscles Martin el derecho a
explotar en su establecimiento el llamado razzle-dazzle, término
comodín que encubría varios juegos de dados y, en especial, una
variante llamada cubolo; un robo a mano armada, pues desplumaba sin
remedio a los incautos —los llamados «primos»— que impelidos por guías
y señuelos —las llamadas «palas»— se sentaban a la mesa con el
convencimiento de que no perderían siempre que no pararan de doblar su
apuesta. El razzle-dazzle, en sus variantes, reportaba a Martin entre
diez mil y treinta mil dólares por noche, de los que entregaba la
mitad a la casa.
Dan C. Smith, abogado norteamericano domiciliado en Los Ángeles, vio,
desde una mesa preferencial, el espectáculo desenfrenado y salvaje que
esa noche ofrecía Sans Souci, y pasó al casino de juego, donde gente
que parecía conocedora le sugirió que jugara al cubolo. Era un juego
incomprensible para él, pero Smith aceptó. Continuó jugando el abogado
y cuando decidió parar había perdido 4 200 dólares de los de entonces.
Cubrió su deuda con un cheque, pero lo embargaba la sensación de haber
sido estafado. Supo que el cubolo no era legal en Cuba y cayó en
cuenta del papel que tenían las «palas» en juegos como ese, azuzando a
apostar al «primo». En cuanto pudo se comunicó con su banco y le pidió
que no hiciese efectivo el documento.
Cuando Norman Rothman, gerente entonces del casino de Sans Souci y
conocido operador de salas de fiesta en Miami Beach —casado con la
explosiva vedette cubana Olga Chaviano— se percató de que Smith no
pagaría la deuda, ordenó a una agencia de California que le reclamase
el dinero. Se mantuvo Smith en sus trece y la agencia contratada para
hacerle pagar lo llevó entonces a juicio. Error. Smith se desempeñaba
como asesor económico del senador Richard M. Nixon, futuro
vicepresidente y, más tarde presidente de Estados Unidos. Suplicó
Smith ayuda a Nixon y el parlamentario pidió al Departamento de Estado
que investigara si era cierto o no si a su consejero lo habían
engañado en un juego de azar fraudulento. El Departamento de Estado se
comunicó con su Embajada en La Habana y se inició una investigación de
las denuncias de Smith y de otros turistas que ponían de relieve que
estafas e ilegalidades abundaban en el mundo del juego. Una campaña
publicitaria, impulsada por Smith, sacaba a flote casos de numerosos
turistas estadounidenses estafados en casinos de la capital de la
Isla.
Aquella propaganda en contra puso al dictador Fulgencio Batista entre
la espada y la pared. Si la cosa seguía como iba, el Gobierno se vería
obligado a poner coto al juego y cerrar los casinos, aunque también
podía suceder que los jugadores, desconfiados, probaran suerte en
Bahamas, México, Puerto Rico, República Dominicana o Haití, que
pugnaban por entrar en el negocio floreciente del juego en el Caribe
de la posguerra.
La cuestión era esta: o Cuba garantizaba un juego «limpio» en los
casinos o la industria del juego desaparecería de la Isla. Batista no
podía recurrir a su propio aparato para buscar remedio al asunto, pues
el gubernamental Instituto Nacional de Turismo estaba penetrado hasta
la médula por dueños y operadores de las casas de juego. El dictador,
sin embargo, tenía un as escondido en la manga. Era Meyer Lansky, el
financiero de la mafia. Llamado por Batista, Lansky regresó a La
Habana a mediados de 1952, y aceptó el puesto de «consejero» para la
reforma del juego que el mandatario cubano le ofrecía, como paso
inicial del saqueo en gran escala que él y Lucky Luciano planearon
para Cuba.
Tendría, eso sí, que hilar fino. El razzle-dazzle, extendido ya a
Tropicana, Jockey Club, Gran Casino Nacional y otros centros
nocturnos, producía mucho dinero, y privar de ese beneficio a los que
los patrocinaban generaría de seguro una respuesta violenta. Lansky no
quiso quedar como el propiciador de esa violencia. De ahí que se
limitara a atizar el fuego sin meter por ello las manos en la candela.
Se empeñó en demostrar que un casino bien llevado era un casino
rentable y que un establecimiento de ese tipo no tenía necesidad de
recurrir a la trampa para conseguir ventaja. Le entró al asunto
lentamente y con manos de seda. Se convirtió en dueño mayoritario del
Montmartre, el importante cabaret-casino del Vedado. Quería aleccionar
a los que explotaban negocios turbios: el casino más eficaz sería el
que funcionara de la forma más limpia y justa. Por otra parte, su mano
pareció estar detrás del artículo aparecido en una publicación de
EE.UU. con el título de Primos en el paraíso; de cómo los
estadounidenses pierden la camisa en los tugurios de juego en el
Caribe. Ese material ponía en evidencia al casino del cabaré Sans
Souci y agregaba que hampones norteamericanos desplazados figuraban
como socios o concesionarios en cuatro de los cinco casinos de La
Habana, mientras que el Montmartre aparecía citado como el único de
esos establecimientos que no permitía el razzle-dazzle.
Con casco y bayoneta calada
Dos días después de publicado el artículo, Batista hacía público que
había ordenado al Servicio de Inteligencia Militar (SIM) que detuviera
a 13 de los más connotados jugadores profesionales de razzle-dazzle
empleados de Sans Souci y Tropicana. Decía el New York Times:
«Soldados cubanos con casco y bayoneta calada entraron en los tugurios
de juego y ordenaron poner fin a las partidas de razzle-dazzle. Fusil
en mano vigilaron las entradas de los casinos para impedir que
volvieran las partidas». Al día siguiente salían deportados los 13
jugadores detenidos. Fue una jugada maestra. Meyer Lansky había dado a
sus congéneres su propia versión del razzle-dazzle.
Se imponía un cambio de imagen en Sans Souci. En octubre de 1953,
Santo Trafficante, el zar de Tampa, compró su parte en el club
nocturno a Sammy y Kelly Mannarino. Algunos investigadores son de la
opinión de que ese importante negocio se llevó a cabo por mediación de
Lansky, y quizá del mismo Batista, como parte de una operación de
limpieza.
Lansky y Trafficante no se llevaban bien. El bolitero de Tampa tildaba
siempre de «asqueroso cabrón» al judío neoyorquino del Lower East
Side. Era un rencor—se dice— que venía de atrás. Nacía de la
suposición de que Lansky había usurpado los planes que su padre
trazara pacientemente durante años. El viejo Trafficante, siciliano de
nacimiento, había creado en Cuba un dominio que pensó legar a su hijo.
Para muchos, los Trafficante, padre e hijo, eran los jefes mafiosos de
La Habana. Pero llegó Meyer Lansky y tiró los dados de otra manera.
Entonces gente como Indalecio Pertierra y Paco Prío, que hasta ahí
respondieron a los Trafficante, cambiaron de bando. Trafficante hijo
hablaba el español con soltura y conocía bien la cultura cubana.
Aunque estaba casado en EE.UU., tenía una amante habanera, Rita, ex
bailarina y veinte años más joven, con la que vivía en uno de los
pisos altos del edificio marcado con el número 20 de la calle 12, en
el Vedado. Afirma un historiador norteamericano que Santo Trafficante
podía no tener a Batista en el bolsillo, como lo tenía Lansky, pero
era, después de este, el hombre más poderoso de la mafia en La Habana.
Rediseño y restauración
Trafficante se rodeó de nuevos colaboradores al asumir el control de
Sans Souci, aunque permitió que Norman Rothman, apodado Roughneck
—algo así como «Matón»—, prosiguiera como director de juegos y gerente
del casino. Su hijo Cappy, fruto de un matrimonio anterior a su
relación con Olga Chaviano, colaboraba en el negocio. De un maletín
esposado a una de sus muñecas, sacaba dinero de La Habana con destino
a EE.UU. Con el tiempo, Cappy sería un destacado especialista en
infertilidad y el creador, en California, del primer banco de
espermatozoides que existió en el mundo.
Lefty Clark, reconocida figura del juego en la Florida, asumió la
administración de Sans Souci, y con esta las tareas de rediseño y
restauración del centro nocturno, en las que se invirtió un millón de
dólares. Pero eso lo veremos el próximo domingo.
(Continuará)
--
Ciro Bianchi Ross
ciro@jrebelde.cip.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario