Nuevo Estado en una misma Cuba
Por Lorenzo Gonzalo, 25 de Febrero del 2013
Desde la instauración del primer Estado en la Rusia zarista, que adoptó el socialismo por nombre y difundió las ideas de los primeros fundadores de dichas ideas, el gran dilema fue si se haría en democracia o bajo la cuestionada inspiración de sus líderes.
El sistema de participación que lleva implícito ese nombre que, más que un sistema trata de procedimientos, se había convertido en algo de gran valía universal con el surgimiento de las primeras repúblicas en Europa y con el acontecimiento sin precedentes del nacimiento de Estados Unidos de Norteamérica.
El afán insano de competencia por demostrar que con el nuevo milagro la producción económica superaría lo que otros llamaban capitalismo, convirtió el accionar político en una verdadera actividad de iluminados. El resultado, al cabo de setenta años del inmovilismo ciudadano creado por aquellas dirigencias, sepultó los sueños de los ocupantes del Palacio de Invierno.
El tiempo nos enseña que los sistemas políticos no se crean de la noche a la mañana. El sistema llamado representativo tiene su más moderno antecedente en la Inglaterra surgida después que Carlos I en 1640, declaró la guerra al Parlamento de ese entonces.
La primera forma acabada de aquel proceso político tuvo lugar en 1787 con la formación de Estados Unidos de Norteamérica, tras once años de discusiones y pruebas sucesivas.
En la actualidad no hay dudas que la democracia debe preceder cualquier intento por lograr un mundo de justa convivencia. Sólo con el uso de procedimientos inclusivos, participativos y electivos podrán ser regulados, guiados y limitados, las leyes naturales creadas por el devenir de las fuerzas económicas.
Luego del fallido experimento ruso, sumado a las injusticias sociales provocadas por el derroche y uso irracional de recursos que las prácticas de gobernación capitalista han ocasionado, países como Cuba parecen contar con la suerte de poseer una dirección política decidida a superar las limitaciones creadas por esas experiencias negativas.
El fin del último proceso electoral cubano parece enseñar que, más allá de sus propias limitantes políticas, la instauración de un Estado de nuevo tipo es irreversible.
Es de presumir que el camino adoptado por la dirigencia cubana, facilitando la entrada de las nuevas generaciones al mando del Estado, terminará creando mecanismos más democráticos y sentará bases para la creación de regulaciones y leyes que permitan una mejor selección natural de los dirigentes sociales.
Si la visión no engaña, la verticalidad está cediendo su espacio a la participación, lo cual no implicará necesariamente la creación de partidos, sino conceder mayor autonomía a las regiones, ciudades y poblados, de manera que la integración nacional adquiera una mejor fluidez.
El tiempo ha estado a favor de la llamada dirigencia histórica para hacer las correspondientes rectificaciones y transitar hacia un sistema político que reconozca la economía en su esencia y contribuya a limpiar el cauce del río, en lugar de forzar por medios artificiales el rumbo de sus aguas, lo cual fue práctica habitual hasta hace a penas un par de años. Quienes creemos en el socialismo, esperamos que ese rumbo pueda seguir perfeccionándose.
Nos queda ahora por ver cómo funcionará la nueva Asamblea Nacional del Poder Popular; su capacidad de legislar; la autoridad que se confiera a los diputados y la horizontalidad que se le concedan a las discusiones.
Por lo pronto una vez más, sin fanfarrias, sin conmociones sociales, con un orden alimentado por esperanzas, el propósito de crear un nuevo Estado en Cuba, marcha más allá de la existencia de sus fundadores, algo insólito a los ojos de quienes pertinazmente persisten en ser enemigos del proceso cubano.
No hay dudas que la misma Cuba, pero siempre novedosa y audaz, quedó dibujada en el horizonte con la culminación del último proceso electoral cubano.
El promedio de edad de la nueva Asamblea Nacional del Poder Popular es de 48 años. El 48.86% son mujeres y el 37.9% negros.
A lo anterior debemos agregar que de las 15 provincias que componen la división político administrativa cubana, diez de ellas serán administradas por mujeres, las cuales fueron electas en el proceso de selección que comienza en las barriadas, para terminar componiendo al máximo organismo administrativo.
Cuba demuestra que tiene una enorme capacidad de renovación y que existe una vocación para alcanzar prosperidad económica con justicia distributiva y respeto a las iniciativas privadas. Este parece ser el nuevo espíritu de los cambios que vienen operándose desde hace cinco años.
Sobre todo, su desarrollo político permite presagiar un enorme interés para fundar bases sólidas, de manera que las personas no conviertan la lucha por el Poder en una meta de sus vidas, sino que la motivación esencial, al finalizar su período de gobierno, sea el resultado de sus aportes. Esto, aunque parezca cosa de soñadores, es en realidad la meta de todas las ocupaciones humanas, desde las más simples a las más complejas y ya es hora de que también se convierta en el fin de los trabajadores sociales que realizan las funciones de administrar un Estado.
Los próximos cinco años serán decisivos para hacer realidad esas intenciones o para caer en un enredo político como el de China, donde el mando se trasladó de una cúpula de Poder, fundado sólo en el triunfo de un movimiento armado, hacia otros cuyos fundamentos de mando no están claros, pero cuyas bases definitivamente, no están dada por el sentir colectivo.
El horizonte de un nuevo Estado en una misma Cuba, continúa ampliándose.
Esto es en resumen cómo lo pienso yo y cómo lo veo.
Lo dejo escrito para deleite de quines entienden y para esos otros que no quieren entender.
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