No existe Cuba Post-Castro
Por Lorenzo Gonzalo, 26 de febrero del 2013
Ciertos periódicos, como El Nuevo Herald, se desgastan en hablar sobre la llamada “era Post-Castro”.
La expresión tomada en frío puede parecer cierta, pero el tono del comentario implica que Cuba abandonará la línea socialista y abrazará la consabida y desgastada concepción de la democracia representativa como rumbo político.
Fidel Castro, líder histórico del proceso revolucionario cubano y su hermano Raúl quien lo acompañó y participó en la insurrección armada en contra de la dictadura de Batista, fue en segundo plano el otro gran líder, tanto del movimiento como del proceso posterior.
En ese segundo proceso comenzó la Revolución, donde participamos la mayoría de la población.
La dinámica de esta segunda parte del proceso tuvo escisiones, porque los objetivos sociales perseguidos por quienes participamos en la lucha armada en contra de la dictadura, fueron interferidos por la intromisión de Estados Unidos de América en los asuntos internos del país.
Llevar a cabo las reformas planteadas en el documento del Moncada y otras más que formaban parte del sentir de quienes teníamos una formación socialista, con influencias en las obras de Marx y otros pensadores, con diferente corte pero iguales objetivos, puso al descubierto las consabidas dificultades tácticas que demandó la inminente necesidad de defender el territorio de dichas intromisiones.
A esto se agregó luego el sectarismo de grupos que, por una u otra razón, se sentían con mayor autoridad para expresar y hacer valer sus opiniones. En la mayoría de las veces se trataba más de demostrar la capacidad de mando asumida por cada grupo, que defender las ideas programáticas sustentadas en los objetivos sociales compartidos de consenso.
El proceso llevó luego a sancionar la infalibilidad del liderazgo, entorpeciendo con ello parte de la racionalidad de quienes participábamos activamente en los distintos niveles de la población y las diversas regiones. Ese proceso de racionalidad fue reemplazado en gran medida por la necesaria elaboración de consignas que, si bien eran una fuente de energía para producir grandes movilizaciones, entorpecían ver con claridad todas las aristas de aquella complicada dinámica.
Por otro lado esa dialéctica llevó a otros que habíamos combatido a la dictadura de Fulgencio Batista, a optar por el único procedimiento que la historia hasta aquel entonces nos enseñaba, si las opciones de ser escuchados eran conculcadas o se dificultaban en extremo: apelar a la violencia. Este era un ciclo interminable, repetido desde las guerras por la independencia de España.
La confrontación sectaria para muchos se tornó enfrentamiento insurrecto, violento, y armado
Optar por esa línea irracional, era tan irracional como la de otros muchos que optaban por aprobar cuanta regulación o decreto decidiera el liderazgo de Fidel Castro, conducta que se convirtió en el denominador común para que la gente se definiera como revolucionario, lo cual también se había convertido en una palabra de orden.
Sin dudas que esta visión mostraba una estrecha noción de la dialéctica y negaba la diversidad dentro de la búsqueda de objetivos comunes.
Llegado a ese punto la dirección del proceso optó por la política del Blanco y Negro como forma de aliviar el sectarismo y denunciar y combatir a los pocos militantes que realmente conspiraban en contra de las transformaciones que, por honor a la verdad, compartían tanto sirios como troyanos.
Desde entonces y por muchos años en Cuba solamente existieron revolucionarios y contrarrevolucionarios. Se perdieron los matices.
Por otra parte, el objetivo común se convertía cada vez más en defender al país de las agresiones y las conspiraciones fomentadas por el gobierno estadounidense, con lo cual la apelación a la violencia quedaba relegada solamente a quienes realmente se oponían a las transformaciones.
La gran masa de personas que aspirábamos a una transformación del Estado y que habíamos recurrido a la violencia, siguiendo la tradición histórica de nuestros pueblos hasta aquel entonces cuando se agotaban las vías de participación, quedamos prendidos de la brocha. La realidad pudo más que cualquier racionalización a partir de ese punto y no hubo cabida para armonizar con todos los actores.
Ante la imposibilidad de enfrentar a Estados Unidos, presentando un bloque diverso de opiniones con objetivos nacionales y sociales comunes, lo cual fue impedido por la disgregación de fuerzas a la cual contribuyeron los órganos de inteligencia de aquel país, la dirección política apeló a buscar el apoyo de Rusia.
En Rusia existía un proceso que si bien proclamaba un mundo de justicia social, optó por procedimientos e interpretaciones que el tiempo demostró fallidas y que, en su momento, careció del liderazgo para rectificarlos.
Rusia solamente sirvió para que la debacle natural que origina un proceso de transformación, cuyos mecanismos no estaban dados por experiencia de índole alguna, pudiese prevalecer a las agresiones de Washington y también ayudó a sobrepasar la crisis causada por los errores económicos que precisamente fueron importados de aquel mismo país. El otro aspecto que contribuyó a las carencias y dificultades, fue el bloqueo a Cuba decretado por Estados Unidos de Norteamérica.
En asunto de Revolución, todos nos habíamos equivocado. Cada cual desde ángulos diferentes.
Al final el proceso sobrevivió a la debacle y vive ahora una recomposición donde todos los factores que proclamábamos la creación de un nuevo Estado coincidimos, y laboramos juntos a favor de soluciones, no solamente para Cuba sino para Suramérica y el Caribe.
Dice Carlos Alzugaray que nadie podrá gobernar como Fidel Castro y Raúl Castro.
En primer lugar, no creo que nadie en su sano juicio, quiera que alguien gobierne como los mencionados líderes.
Son procesos diferentes, que parten de un tronco común, pero ambos dirigidos a la organización de un nuevo Estado, para lo cual es necesario crear estructuras políticas diferentes de las conocidas hasta hoy.
En Cuba no se vislumbra que ocurra un cambio histórico sino una continuación histórica, la cual parece indicar que llevará a sucesivas transformaciones que en nada deben parecerse finalmente a los Estados llamados capitalistas y donde el Poder deberá ser estructurado a favor de los intereses sociales por encima de los privados.
Las inversiones y los trabajos y la iniciativa privadas para nuevas producciones o nuevas innovaciones tecnológicas tendrán que ser respetados para lograr esto, pero no será permitido el juego de bolsa, ni la política de producciones que apelen al asombro en detrimento de los objetivos básicos de la economía.
Ahora bien para lograr todo esto, está por ver cómo las reformas políticas podrán garantizar un poder que verdaderamente esté representado en las bases sociales y sea superada también la tendencia a la formación de castas, lo cual ha sido el camino seguido por la humanidad desde antes y después de la creación de los Estados Nación.
Por lo pronto no habrá una Cuba Post-Castro. Todo será parte de un proceso que aunque no ha sido lineal, ni podrá serlo por muchos decenios, va en pos de objetivos claros, donde lo único turbio han sido los procedimientos inevitables causados por la improvisación.
Esto es, en resumen, cómo lo pienso yo y cómo lo veo.
Lo dejo escrito para deleite de quienes entienden y para los que no quieren entender.
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