domingo, 17 de junio de 2012
(TERCERA Y ULTIMA PARTE) EL COMANDANTE YANQUI
El comandante yanqui (Tercera Parte)
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> por David Grann
>
> Por qué estoy aquí
>
> “¡Llamando al Comandante William Morgan! ¡Comandante William Morgan!”
> Era uno de sus hombres en el Escambray, hablando por una radio de onda corta.
> “¡Escúcheme!” llegó la respuesta de Morgan. “Mándenos refuerzos.
> Necesitamos ayuda y munición. Si nos quedamos, nos liquidarán.”
>
> En el verano del 1958, Morgan había afrontado numerosas escaramuzas.
> “Siempre nos superaban treinta a uno,” recordaba Morgan. “Éramos un
> pequeño grupo, pero nos movíamos y pegábamos duro. Llegamos a ser
> conocidos como los fantasmas de las montañas.”
>
> Morgan había presenciado, de cerca, las crueldades del régimen cubano;
> pueblos arrasados y quemados por el ejército de Batista, amigos con un
> tiro en la cabeza, un anciano senil con la lengua cortada. “Se y he
> visto lo que esa gente ha hecho,” dijo Morgan de los verdugos de
> Batista. “Mataban, torturaban. Pegaban a la gente… y hacían cosas
> indescriptibles.”
>
> En una de las mangas de su uniforme Morgan cosió una bandera
> americana. “Había nacido americano,” le gustaba decir.
>
> De noche, a menudo se sentaba en el fuego de campamento, donde las
> chispas dispersas creaban constelaciones inestables y escuchaba a los
> rebeldes compartir sus visiones de la revolución. Las varias facciones
> del movimiento —incluyendo otros dos grupos en el Escambray y las
> fuerzas de Castro en Sierra Maestra— representaban una variedad de
> ideologías y ambiciones personales. El frente del Escambray abogaba
> por una democracia de estilo occidental y era muy anticomunista, una
> toma de posición aparentemente compartida por Fidel Castro, que, al
> contrario que su hermano Raúl o que el Che Guevara, había mostrado
> poco interés por el marxismo-leninismo. En la Sierra Maestra, Castro
> le dijo a un reportero, “Nunca he sido, no soy ahora, un comunista. Si
> lo fuera, tengo suficiente valor como para proclamarlo.”
>
> En el Escambray, Morgan y Menoyo se habían aproximado cada vez más.
> Morgan era mayor, y de una bravura casi suicida, como el hermano de
> Menoyo que había muerto en el asalto contra Batista. Morgan se dirigía
> a Menoyo como “mi jefe y mi hermano” —y le contó todo sobre su pasado
> turbulento. Menoyo sentía que Morgan maduraba, como soldado y como
> hombre. “Poco a poco, William cambiaba,” cuenta Menoyo.
>
> En julio, después de que Morgan fuera ascendido a comandante, escribió
> una carta a su madre, algo que no había hecho durante sus seis meses
> en la montaña. Escrita con muchas florituras y guiones, decía: “Sé que
> no apruebas ni entiendes por qué estoy aquí —aunque eres la única
> persona en el mundo que creo que puede entenderme— he estado en muchos
> lugares —en mi vida he hecho muchas cosas que no aprobasteis— o
> comprendisteis, y que yo mismo no comprendí— en su momento.”
>
> Se enfrentaba con sus viejos pecados, reconociendo el gran dolor que
> había causado a Ellen, su segunda esposa y a sus hijos (“a esos tres
> los dañé profundamente”) al abandonarlos. “Es duro comprenderlo pero
> los quiero mucho y pienso en ellos a menudo,” escribió. Ellen había
> pedido el divorcio, basándose en la deserción. “No espero que aún
> tenga mucha fe o amor hacia mí,” escribió Morgan. “Y probablemente
> tiene razón.”
>
> Sin embargo, quería que su madre comprendiese que ya no era la misma
> persona. “Estoy aquí con hombres y muchachos —que luchan por la…
> libertad,” escribió. “Y si sucede que me maten aquí —tú sabrás que no
> es por un capricho alocado— o como papá diría, una quimera.” El amigo
> que también había contrabandeado armas a los rebeldes le contó más
> tarde al Palm Beach Post: “Había encontrado su causa en Cuba. Quería
> algo en lo que creer. Quería tener un destino. Quería ser alguien.”
>
> Morgan había compuesto una declaración filosófica sobre por qué se
> había unido a los rebeldes. El ensayo, titulado “Por qué estoy aquí,”
> decía:
>
> ¿Por qué lucho aquí en esta tierra tan ajena a la propia? ¿Por qué
> vine tan lejos de mi hogar y familia? ¿Por qué me preocupo por estos
> hombres que están conmigo en las montañas? ¿Es porque fueran amigos
> míos? ¡No! Cuando llegué me eran extraños, no podía hablar su lengua o
> comprender sus problemas. ¿Es por qué buscó la aventura? Aquí no hay
> más aventura que los siempre existentes problemas de la supervivencia.
> ¿Así pues por qué estoy aquí? Estoy aquí porque creo que la cosa más
> importante para los hombres libres es proteger la libertad de los
> demás. Estoy aquí para que mi hijo cuando crezca no tenga que luchar o
> morir en una tierra ajena, porque un hombre o grupo de hombres
> intenten quitarle su libertad. Estoy aquí porque creo que los hombres
> libres deben alzarse en armas y unirse y luchar y destruir a los
> grupos y fuerzas que quieren quitar los derechos del pueblo.
>
> En su prisa por superar el pasado de Cuba tanto como el propio, Morgan
> a menudo se olvidaba de poner comas o dividir los párrafos. Reconocía:
> “No puedo decir que siempre haya sido un buen ciudadano.” Pero
> explicaba que “estando aquí puedo apreciar el tipo de vida que nos
> pertenece desde que nacemos,” y contaba el tipo de cosas aparentemente
> imposibles que había visto: “Donde un chico de diecinueve años puede
> marchar doce horas con un pie roto en un terreno comparable a las
> Montañas Rocosas americanas sin quejarse. Donde un cigarrillo es
> fumado por diez hombres. Donde los hombres aguantan sin agua para que
> otros puedan beber.” Indicando que las políticas americanas habían
> impulsado a Batista, concluía: “¿Me pregunto a mi mismo por qué
> apoyamos a aquellos que desean destruir en otras tierras los ideales
> que tanto amamos?”
>
> Morgan mando la declaración a alguien que estaba seguro que
> simpatizaría con el mismo: Herbert Matthews. El reportero del New York
> Times consideró que Morgan era “la figura más interesante de la Sierra
> del Escambray.” Inmediatamente después de recibir la declaración,
> Matthews publicó un artículo sobre el Segundo Frente y aquel líder
> “duro, inculto joven americano,” citando una versión corregida de la
> carta de Morgan.
>
> Otros periódicos estadounidenses comenzaron a cronicar las hazañas del
> “aventurero americano,” el “espadachín Morgan.” The Washington
> Postinformó que se había convertido en un “tipo osado” a la edad de
> tres años. Los recuentos eran suficiente como para “hacer que a los
> muchachos se les cayera la saliva,” como dijo un periódico. Un hombre
> de negocios retirado de Ohio dijo más tarde al Toledo Blade, que “era
> como un cowboy en una aventura de Ernest Hemingway.” Morgan finalmente
> había introducido sus fantasías íntimas en la realidad.
>
> Un día de la primavera de 1958, mientras Morgan estaba visitando un
> campamento guerrillero para una reunión de mandos del Segundo Frente,
> encontró un rebelde que nunca había visto antes: pequeño y delgado,
> con una cara escondida por un sombrero. Sólo de cerca era evidente que
> el rebelde era una mujer. Estaba al principio de los veinte, con ojos
> oscuros y piel tostada, y para esconder su identidad, se había cortado
> su pelo castaño claro y lo había teñido de negro. Aunque era de una
> belleza delicada amartillaba y cargaba un arma con la facilidad de un
> ladrón de bancos. Morgan dijo después de la pistola que ella llevaba:
> “Sabe como usarla.”
>
> Su nombre era Olga Rodríguez. Venía de una familia campesina, en la
> provincia central de Santa Clara, que a menudo se quedaba sin comida.
> “Éramos muy pobres,” recuerda Rodríguez. Había estudiado
> diligentemente y sido electa presidenta de su clase. Su objetivo era
> convertirse en maestra. Era brillante, testaruda e inquisitiva —como
> Rodríguez dice, “siempre un poco distinta.” Crecientemente irritada
> por la represión del régimen de Batista, se unió a la resistencia
> clandestina, organizando protestas y montando bombas hasta que, un
> día, agentes de la policía secreta de Batista aparecieron en su
> vecindad enseñándole a la gente su fotografía. “Venían a matarme,”
> recuerda Rodríguez.
>
> Cuando la policía secreta no pudo encontrarla, golpeó a su hermano,
> abandonándolo en la puerta de sus padres “como un saco de patatas,”
> contaba. Sus amigos le rogaron que dejase Cuba, pero ella les dijo:
> “no abandonaré mi patria.” En abril de 1958, con su aspecto escondido
> y con una pequeña pistola calibre 32 metida en su ropa interior, se
> convirtió en la primera mujer en unirse a los rebeldes del Escambray.
> Atendía a los heridos y enseñó a los rebeldes a leer y escribir.
> “Tengo el espíritu de una revolucionaria,” le gustaba decir.
>
> Cuando la descubrió, Morgan se burló gentilmente de su corte de pelo,
> quitándole el sombrero y diciendo, “Hey, muchacho.” Morgan había
> llegado literalmente encima de un caballo blanco y ella había sentido
> que su corazón hacía “boom, boom, boom.”
>
> “Soy una gran romántica y me sentí conmovida de que alguien de otro
> país se preocupase lo suficiente por mis compatriotas como para luchar
> por ellos,” dice. Morgan, de forma repetida la buscó en el campamento.
> A veces ella le preparaba arroz y frijoles (“soy una guerrillera, no
> un cocinero”), y él solía quejarse, “demasiado aprisa” cuando ella
> hablaba en un español a ráfagas, acerca de la necesidad de tener
> elecciones y construir hospitales y escuelas. Al contrario que muchas
> de las mujeres con las que había salido impetuosamente, ella era
> distinta. Como su madre, tenía profundas convicciones, y fue su
> influencia, dice Menoyo, la que contribuyó a la “transformación de
> William,” aunque Rodríguez lo veía de forma distinta: Morgan no estaba
> cambiando tanto como descubriendo quién era realmente. “Sabia que
> William no siempre había sido un santo,” cuenta Rodríguez. “Pero por
> dentro, podía verlo, tenía un gran corazón —uno que se había abierto y
> no sólo para mi sino para mi país.”
>
> Morgan reconoció el riesgo de dejarse llevar por las emociones en
> medio de la guerra. El régimen de Batista había puesto una recompensa
> de veinte mil dólares por él —“vivo o muerto,” según dijo Morgan. Una
> vez, cuando Morgan y Rodríguez estaban juntos, un avión militar apagó
> sus motores de forma que no pudieran oír su aproximación hasta que las
> bombas cayeron sobre ellos. “Simplemente tuvimos que tirarnos en busca
> de protección,” recuerda Rodríguez. Apenas si escaparon sin daños. En
> otros bombardeos, se sujetaban el uno al otro, murmurando: “Nuestros
> destinos están entrelazados.”
>
> Cuando Robert Jordan se ve vencido por el amor hacia una mujer en la
> Guerra Civil Española, teme que nunca experimentarán lo mismo que la
> gente normal: “Ni el tiempo, ni la felicidad, ni la diversión, ni los
> hijos, ni la casa, el baño, un par de pijamas limpios, el periódico de
> la mañana, el levantarse juntos, el no levantarse y saber que está ahí
> y no estás solo. No. Nada de eso.”
>
> Mientras Morgan luchase en el Escambray, no habría pasado ni futuro,
> sólo el presente. “Nunca podremos estar en paz,” dice Rodríguez.
> “Desde el comienzo, tuvo el terrible sentimiento de que las cosas no
> acabarían bien.” Y sin embargo la imposibilidad de su romance sólo
> profundizaba su ardor. No mucho después de conocerse, un chico de un
> pueblo cercano se acercó a Rodríguez en el campamento, llevando un
> ramo de flores silvestres púrpuras. “Mira lo que El Americano te ha
> mandado,” la dijo el chico. Algunos días después, el chico apareció de
> nuevo, sujetando un nuevo ramillete. “Del Americano,” dijo.
>
> Como Morgan le dijo más tarde, tenían que “robar tiempo.” En uno de
> esos momentos, un fotógrafo les captó estando en un claro de la
> montaña. En la imagen los dos llevan ropa de campaña; un rifle cuelga
> de su hombro derecho, y ella se apoya en otro, como si fuera un
> bastón. Con sus manos libres se sujetan el uno al otro. “Cuando te
> encontré, encontré todo aquello que podía desear en el mundo,” la
> escribió más tarde. “Sólo la muerte podrá separarnos.”
>
> “MORGAN MUERTO LA NOCHE ANTERIOR EN EL TRANSCURSO DE UN COMBATE CON EL
> EJÉRCITO CUBANO.” Decía un cable urgente enviado desde la Embajada de
> Estados Unidos en La Habana a Hoover, en la central del FBI, el 19 de
> ...
>
>
> --
> Ciro Bianchi Ross
> ciro@jrebelde.cip.cu
> http://wwwcirobianchi.blogia.com/
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