domingo, 17 de junio de 2012
EL COMANDANTE YANQUI "WILLIAM ALEXANDER MORGAN"
PUBLICADO POR: CIRO BIANCHI ROSS
George Clooney producirá un filme sobre William Morgan, el
> estadounidense que luchó con Castro
>
> Agencias - DDC
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> |
>
> Nueva York
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> | 07-06-2012 - 5:20 pm.
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>
> El actor George Clooney producirá una película basada en una historia
> del New Yorker sobre William Alexander Morgan, un estadounidense que
> participó en las luchas para derrocar a Fulgencio Batista y luego fue
> fusilado por el régimen de Fidel Castro.
>
> El artículo "El yankee comandante", en el que se basa la película, fue
> escrito por David Grann y publicado el pasado 28 de mayo. Relata la
> historia de Morgan, el único extranjero, además del Che Guevara, que
> alcanzó grado de comandante en las fuerzas rebeldes, informa EFE.
>
> Clooney, junto a su socio Grant Heslov, propietarios de la productora
> Smokehouse, serán los encargados de producir este largometraje, según
> la web The Hollywood Reporter.
>
> Este proyecto cinematográfico probablemente no será dirigido por
> Clooney, ya que el actor está trabajando en la adaptación de un libro
> sobre la Segunda Guerra Mundial, The Monuments Men, indicó el sitio en
> internet.
>
> En estos momentos, Clooney graba junto a Sandra Bullock la película
> Gravity 3D, que dirige Alfonso Cuarón.
>
> Morgan fue fusilado en La Cabaña, en marzo de 1961. Según un reporte
> publicado en abril pasado por el diario miamense El Nuevo Herald, se
> le acusó de intentar derrocar al Gobierno de los Castro.
>
> En una carta recientemente descubierta, Morgan criticó duramente al
> régimen instaurado y consideró que había abandonado los objetivos por
> los que había luchado.
>
> "Ningún hombre tiene derecho a imponer su voluntad o sus creencias a
> los demás", dijo en la carta, dirigida a su madre y escrita poco antes
> de morir. "Todos los hombres tienen un derecho innato a una mejor vida
> para sí y para sus familias. Yo he pasado todo mi tiempo en Cuba
> tratando de ayudarlos a lograr eso".
>
> De acuerdo con el diario miamense, que cita entrevistas y archivos del
> FBI, a medida que Castro empezaba a crear relaciones con los
> soviéticos en 1960, Morgan rompió con él y empezó a enviar en camiones
> armas de fuego y granadas de mano a las montañas desde una fábrica que
> él dirigía.
>
> Después de la ejecución del estadounidense, su esposa, Olga Morgan
> Goodwin, quien actualmente reside en Ohio, pasó 13 años en la cárcel.
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> El comandante yanqui (Primera Parte)
>
>
>
> por David Grann
>
> Por un instante, se vió oscurecido por la noche habanera. Era como si
> fuese invisible, como lo había sido antes de llegar a Cuba, en medio
> de la Revolución. Entonces una ráfaga de luces lo iluminó: a William
> Alexander Morgan, el gran comandante yanqui. Estaba de pie, con la
> espalda contra la pared acribillada, en el foso vacío que rodeaba a La
> Cabaña —una pétrea fortaleza del siglo XVIII, en lo alto de un
> acantilado que vigila la bahía de la Habana, ahora convertida en
> prisión. Salpicaduras de sangre se secaban sobre el pedazo de terreno
> en que el amigo de Morgan había sido fusilado, momentos antes. Morgan,
> que tenía treinta y dos años, parpadeó frente a las luces. Se
> enfrentaba a un pelotón de fusilamiento.
>
> Los tiradores miraron al hombre que les habían ordenado matar. Morgan
> tenía casi seis pies de altura, y los brazos y piernas poderosos de
> alguien que ha sobrevivido en la espesura. Con una mandíbula decidida,
> una nariz agresiva y una revoltosa mata de pelo rubio, tenía el
> aspecto galante de un aventurero de película, un recuerdo de eras
> pasadas, y sus fotos habían aparecido en periódicos y revistas
> alrededor del mundo. La imágenes más fascinantes —tomadas cuando
> luchaba en las montañas, con Fidel Castro y el Che Guevara— mostraban
> a Morgan, con una barba descuidada, sujetando una subametralladora
> Thompson. Aunque ahora estaba afeitado y vestido de presidiario, los
> ejecutores lo reconocieron como el misterioso americano que antaño
> había sido saludado como héroe de la Revolución.
>
> Era el 11 de marzo de 1961; dos años antes Morgan había ayudado a
> derribar al dictador Fulgencio Batista, llevando a Castro al poder.
> Desde aquel entonces la Revolución se había fracturado, con sus
> líderes devorándose entre sí, pero la visión de Morgan delante de un
> pelotón de fusilamiento fue un shock. En 1957, cuando aún Castro era
> visto como un combatiente por la democracia, Morgan había viajado
> desde la Florida a Cuba y se había dirigido al monte para unirse a la
> fuerza guerrillera. En palabras de un observador, Morgan era “como
> Holden Caulfieldcon una ametralladora.” Era el único norteamericano en
> el ejército rebelde y fue el único extranjero, aparte de Guevara, un
> argentino, en alcanzar el más alto rango del ejército: Comandante.
>
> Después de la Revolución, el papel de Morgan en Cuba despertó incluso
> más fascinación, a medida que la isla se veía cada vez más implicada
> en el conflicto mayor de la Guerra Fría. Un americano que conoció a
> Morgan dijo que había servido como “principal agente secreto” de
> Castro, y Timele llamó el “hábil doble agente, nacido americano” de
> Castro.
>
> Ahora Morgan era acusado de conspirar para derribar a Castro. El
> gobierno cubano afirmaba que Morgan había trabajado en realidad para
> los servicios de información estadounidenses —y que era, en efecto, un
> agente triple. Morgan negó las acusaciones, pero incluso algunos de
> sus amigos se preguntaron quién era en realidad, y por qué había ido a
> Cuba.
>
> Antes de que Morgan fuera llevado fuera de La Cabaña, un detenido le
> preguntó si había algo que pudiera hacer por él. Morgan contestó: “Si
> alguna vez sales vivo de aquí, cosa que dudo, intenta contarle a la
> gente mi historia”. Morgan comprendió que algo más que su vida estaba
> en juego: el régimen cubano distorsionaría su papel en la Revolución,
> si no lo borraba de los registros públicos, y el gobierno
> estadounidense amontonaría los documentos que le afectaban en archivos
> clasificados, o los “sanearía” escondiendo pasajes bajo tinta negra.
> Sería borrado —primero del presente, después del pasado.
>
> El jefe del pelotón de fusilamiento gritó, “¡Atención!”. Los tiradores
> alzaron sus rifles belgas. Morgan temió por su esposa, Olga —a la que
> había conocido en las montañas— y por sus dos jóvenes hijas. Siempre
> se las había arreglado para torcer las fuerzas de la historia, y había
> hecho una petición de última hora para comunicarse con Fidel Castro.
> Morgan creía que el hombre que en el pasado le había llamado “amigo
> fiel” nunca lo mataría. Pero ahora los ejecutores estaban amartillando
> sus armas.
>
> El primer truco
>
> Cuando Morgan llegó a La Habana, en diciembre de 1957, estaba
> impulsado por la emoción de un secreto. Se aseguró de que no estaba
> siendo seguido a medida que se movía subrepticiamente a través de la
> capital iluminada por el neón. Presentada como el “Playland of the
> Americas,” La Habana ofrecía una tentación tras otra: el night club
> Sans Souci, en el que, en escenarios al aíre libre, las bailarinas de
> amplias caderas se movían bajo las estrellas al compás del
> cha-cha-cha; el Hotel Capri, cuyas tragaperras escupían dólares
> americanos de plata; y el Tropicana, donde clientes como Elizabeth
> Taylor y Marlon Brando disfrutaban de lujosos espectáculos que
> incluían a las Diosas de Carne.”
>
> Morgan, por aquel entonces un gordito de veintinueve años, intentaba
> parecer tan sólo otro hombre en busca de placer. Llevaba un traje
> blanco de doscientos cincuenta dólares con una camisa blanca, y un par
> de zapatos nuevos. “Parecía un turista rico de verdad” —bromeó más
> tarde.
>
> Pero, según miembros de su círculo íntimo, y el recuento no publicado
> de un amigo cercano, Morgan evitó el brillo de la vida nocturna de la
> ciudad, abriéndose paso hasta una calle de la Habana Vieja cerca de un
> muelle que le ofrecía una vista de la Cabaña, con su puente levadizo y
> sus paredes cubiertas de musgo. Se detuvo en una cabina telefónica,
> donde se encontró con un contacto llamado Roger Rodríguez, un
> estudiante radical de pelo negro con un bigote espeso, que había sido
> tiroteado por la policía en una manifestación política, y era miembro
> de una célula revolucionaria.
>
> La mayor parte de los turistas ignoraban las numerosas desigualdades
> de Cuba, donde la gente a menudo vivía sin electricidad ni agua
> corriente. Graham Greene, que publicó Our Man in Havana en 1958,
> recordó después: “Disfrutaba de la atmósfera sórdida de La Habana y
> nunca permanecí suficiente tiempo como para volverme consciente de
> aquel triste trasfondo político de encarcelamientos arbitrarios y
> tortura.” Sin embargo Morgan se había informado sobre Batista, que
> había tomado el poder en un golpe, en 1952: como al dictador le
> gustaba sentarse en su palacio, comiendo suntuosamente y viendo
> películas de horror, y como torturó y mató disidentes, cuyos cuerpos a
> veces eran tirados en los campos, con sus ojos arrancados o con sus
> testículos aplastados metidos en su boca.
>
> Morgan y Rodríguez siguieron caminando por la Habana Vieja y
> comenzaron una conversación furtiva. Morgan rara vez estaba sin un
> cigarrillo, y se comunicaba siempre en medio de una nube de humo. No
> sabía español, pero Rodríguez hablaba un inglés entrecortado. Se
> habían encontrado con anterioridad en Miami, haciéndose amigos, y
> Morgan creía que podía confiar en él. Morgan le confió que planeaba
> subir a la Sierra Maestra, una cordillera en la remota costa del
> sudeste de Cuba, donde los revolucionarios se habían alzado en armas
> contra el régimen. Pretendía alistarse con los rebeldes, que eran
> comandados por Fidel Castro.
>
> El nombre del mortal enemigo de Batista llevaba consigo la emoción de
> lo prohibido. El 25 de noviembre de 1956, Castro, un abogado de
> treinta años y el hijo ilegítimo de un próspero terrateniente, había
> lanzado desde México una ambiciosa invasión de Cuba con tan sólo
> ochenta y un supuestos comandos, incluyendo el Che Guevara. Después de
> que su golpeado barco de madera se encallara, Castro y sus hombres
> vadearon con el agua al pecho, y llegaron a la playa en un pantano
> cuya enredada vegetación les rompió la piel. El ejército de Batista
> pronto los emboscó, y Guevara fue herido en el cuello. (Después
> escribiría: “Comencé inmediatamente a preguntarme cual sería el mejor
> día para morir, ahora que todo parecía perdido.”) Tan sólo una docena
> más o menos de rebeldes, incluyendo el herido Guevara y el hermano
> pequeño de Castro, Raúl, escaparon, y, exhaustos y delirantes por la
> sed —uno bebió su propia orina— huyeron hacia la Sierra Maestra.
>
> Morgan le dijo a Rodríguez que había seguido el progreso del
> alzamiento. Después de que Batista declarase equivocadamente que
> Castro había muerto en la emboscada, Castro permitió que el
> corresponsal del New York Times, Herbert Matthews, fuera escoltado
> hasta la Sierra Maestra. Amigo cercano de Ernest Hemingway, Matthews
> no tan sólo deseaba cubrir sucesos que cambiarían el mundo sino
> causarlos, y estaba cautivado por el alto líder rebelde, con su barba
> salvaje y su cigarro humeante. “La personalidad de ese hombre es
> abrumadora,” escribió Matthews. “He aquí un fanático educado,
> dedicado, un hombre de ideales, de valor.” Matthews concluyó que
> Castro tenía “ideas claras sobre la libertad, la democracia, la
> justicia social, la necesidad de restaurar la Constitución.” El 24 de
> febrero de 1957, la historia apareció en la primera plana del diario,
> intensificando el aura romántica de la rebelión. Después Matthews lo
> planteó así: “Una campana sonó desde las junglas de la Sierra
> Maestra.”
>
> Aún así ¿por qué estaría un americano dispuesto a morir por la
> Revolución cubana? Cuando Rodríguez insistió a Morgan, este le dijo
> que quería tanto estar del lado correcto y correr el riesgo, pero
> también quería algo más: venganza. Morgan contó que había tenido un
> amigo americano que había viajado a La Habana y sido asesinado por
> soldados de Batista. Después, Morgan dio más detalles a otros en Cuba:
> su amigo, un hombre llamado Jack Turner, había sido capturado cuando
> contrabandeaba armas para los rebeldes, y fue “torturado y arrojado a
> los tiburones por Batista.”
>
> Morgan le dijo a Rodríguez que ya había tomado contacto con otro
> revolucionario, que había arreglado pasarlo a las montañas. Rodríguez
> reaccionó desconcertado: el supuesto rebelde era un agente de la
> policía secreta de Batista. Rodríguez advirtió a Morgan de que había
> caído en una trampa.
>
> Rodríguez, temiendo por la vida de Morgan, se ofreció a ayudarlo. No
> podía llevar a Morgan a la Sierra Maestra, pero podía llevarlo hasta
> el campamento de un grupo rebelde en las Montañas de Escambray, que
> cruzaba la parte central del país. Esas guerrillas estaban abriendo un
> nuevo frente, y Castro les había dado la bienvenida a la “lucha
> común.”
>
> Morgan quedó con Rodríguez y un conductor para el viaje de doscientas
> diecisiete millas. Como Aran Shetterly detalla en su incisiva
> biografíaThe Americano (2007), el coche llegó pronto a un puesto de
> control militar. Un soldado miró dentro a Morgan con su traje
> brillantes, el único traje que parecía tener. Morgan sabía lo que
> pasaría si le detenían —como había dicho Guevara, “en la revolución se
> vence o se muere”— y había preparado una coartada, en la que era un
> hombre de negocios americano camino de ver unas plantaciones de café.
> Tras oír la historia, el soldado les dejó pasar, y Morgan y sus
> coconspiradores salieron al camino, hacia el Escambray, donde el aire
> se volvía más frío y fino, y donde las cimas de tres mil pies de
> altura tenían un siniestro tinte púrpura.
>
> Morgan fue llevado a descansar a una casa franca, después conducido a
> una montaña cerca de la ciudad de Banao. Un campesino condujo a Morgan
> y Rodríguez a través de parrales y platanales hasta que llegaron a un
> claro remoto, flanqueado por pronunciadas pendientes. El campesino
> hizo un sonido como de trino, que resonó a través del bosque y fue
> contestado por un silbido lejano. Un centinela apareció. Y Morgan y
> Rodríguez fueron conducidos a un campamento montado entre torrentes,
> con hamacas y unos pocos rifles anticuados. Morgan pudo contar sólo
> una treintena de hombres, muchos de los cuales parecían recién salidos
> de la secundaria y tenían el aspecto enflaquecido, descompuesto de los
> supervivientes de un naufragio.
>
> Los rebeldes miraron a Morgan inseguros. Max Lesnik, un periodista
> cubano a cargo de la organización de la propaganda, pronto se reunió
> con el grupo, y recuerda preocuparse acerca de si Morgan era “algún
> tipo de agente de la CIA.”
>
> Desde la Guerra Hispanoamericana, Estados Unidos se había mezclado a
> menudo en los asuntos cubanos, tratando la Isla como una colonia. El
> Presidente Dwight D. Eisenhower había apoyado ciegamente a Batista
> —creyendo que sabría “como tratar a los comunistas,” como planteó al
> Vicepresidente Richard Nixon— y la CIA había activado operativos a
> todo lo largo de la Isla. En 1954, en un informe clasificado, un
> general americano advirtió que si Estados Unidos quería sobrevivir la
> Guerra Fría necesitaba “aprender a subvertir, sabotear y destruir a
> nuestros enemigos con métodos más astutos, sofisticados y efectivos
> que los empleados en contra nuestra.” La CIA llegó hasta el extremo de
> contratar a un famoso mago, John Mulholland, para que enseñase a los
> operativos juegos de manos y distracción. Mulholland creó dos manuales
> ilustrados, que se referían a las operaciones encubiertas como
> “trucos.”
>
> A medida que la CIA intentaba comprobar la amenaza a Batista, sus
> operativos intentaban penetrar las fuerzas rebeldes en las montañas.
> Entre otras cosas, los agentes se creían que había reclutado o hecho
> pasar por reporteros. Mulholland advirtió a los operativos que
> “incluso más práctica es necesaria para interpretar una mentira
> hábilmente que la requerida para decirla.”
>
> Los rebeldes también tenían que estar seguros de que Morgan no era un
> agente de la KGB, o un mercenario trabajando para la inteligencia
> militar de Batista. En la Sierra Maestra, Castro había descubierto
> recientemente que un campesino en sus filas era un informante del
> Ejército. El campesino, tras ser convocado, cayó de rodillas, pidiendo
> que la Revolución se ocupase de sus hijos. Después le dispararon en la
> cabeza.
>
> Morgan fue entonces llevado a ver al comandante del grupo rebelde,
> Eloy Gutiérrez Menoyo. De veintitrés años, habla calmada y delgado,
> Menoyo tenía un rostro largo, hermosos escondido detrás de unas gafas
> oscuras y una barba, que le daban aire de fugitivo. La CIA indicó
> después en su informe sobre él, que era un joven inteligente, capaz,
> que no cedería “bajo técnicas de interrogatorio normales.”
>
> Cuando era niño, Menoyo había emigrado de España —un ceceo seguía
> vagamente presente cuando hablaba español— y heredado la postura
> militante de su familia contra las tiranías. El mayor de sus hermanos
> había muerto, a los dieciséis años, combatiendo a los fascistas
> durante la Guerra Civil Española. Su otro hermano, que había venido
> también a Cuba, había sido abatido mientras conducía un asalto al
> palacio de Batista en 1957. Menoyo había identificado el cuerpo en la
> morgue de La Habana antes de dirigirse a las montañas. “Quería
> continuar la lucha de mi hermano” —recordaba.
>
> A través de un traductor, Morgan le contó a Menoyo su historia acerca
> de querer vengar la muerte de un amigo. Morgan contó que había servido
> en el ejército estadounidense y era hábil en las artes marciales y el
> combate cuerpo a cuerpo, y que podía entrenar a los inexperimentados
> rebeldes en guerra de guerrillas. Había más en un combate que disparar
> un rifle, argumentó Morgan; como dijo más tarde, con las tácticas
> correctas podían “meterle el miedo en el cuerpo” al enemigo. Para
> demostrar sus proezas, Morgan tomó prestado un cuchillo y lo lanzó
> contra un árbol a treinta yardas de distancia. Golpeó el blanco tan
> correctamente que a algunos rebeldes se les escapó un sonido de
> admiración
>
> Aquella tarde discutieron sobre si Morgan podía quedarse. Morgan
> parecía simpático —“como un cubano,” en palabras de Lesnik. Pero
> muchos rebeldes, temiendo que fuera un infiltrado, querían devolver a
> Morgan a La Habana. El jefe de inteligencia del grupo, Roger Redondo,
> recuerda: “Hicimos todo lo posible para que se fuera.” Durante los
> días siguientes, le hicieron marchar incesantemente arriba y abajo de
> las laderas montañosas. Morgan estaba tan gordo, bromeó un rebelde,
> que debía ser de la CIA.
>
> Morgan pasaba hambre y se cansaba, repetía a gritos las pocas palabras
> españolas que había aprendido, “No soy mulo”. En un momento dado, los
> rebeldes le condujeron a una parcela de arbustos venenosos, que le
> picaron como avispas y provocaron que su pecho y cara se inflamasen
> gravemente. Morgan ya no podía dormir de noche. Redondo recuerda que
> cuando se quitaba su sudada camisa blanca, “le compadecíamos. Era tan
> blanco y se había vuelto de un rojo subido.”
>
> El cuerpo de Morgan también ofrecía pistas de un pasado violento.
> Tenía marcas de quemaduras en su brazo derecho, y un cicatriz de cerca
> de un pie cruzaba su pecho, sugiriendo que alguien lo había cortado
> con un cuchillo. Había una pequeña cicatriz bajo su barbilla, otra
> cerca de su ojo izquierdo, y varias en su pie izquierdo. Era como si
> hubiera sufrido años de maltratos en la jungla.
>
> Morgan soportó cualquier prueba a la que los rebeldes le sometieron,
> perdiendo en el camino treinta y cinco libras. Después escribiría que
> se había vuelto irreconocible: peso tan sólo 165 libras y tengo
> barba.” Redondo recuerda: “El gringo era duro, y los hombres armados
> del Escambray acabaron por admirar su resistencia.”
>
> Varias semanas después de que Morgan llegase, un ojeador avisó de algo
> que se movía entre los distantes cedros y plantas tropicales.
> Empleando binoculares, localizó seis hombres, con uniformes caqui y
> amplios sombreros de paja, llevando rifles Springfield. Una patrulla
> del ejército de Batista.
>
> La mayor parte de los rebeldes nunca habían estado en combate. Morgan
> los describiría después como “doctores, abogados, granjeros, chicos,
> estudiantes y ancianos unidos.” El vigía tocó la alarma y Menoyo
> ordenó que todo el mundo tomase posiciones alrededor del campamento.
> Los rebeldes no debían disparar, explicó Menoyo, a menos que él lo
> ordenase. Morgan se acostó al lado de Menoyo, sujetando uno de los
> pocos rifles semiautomáticos. Mientras los soldados se acercaban, sonó
> un disparo. Era Morgan.
>
> Menoyo maldijo entre dientes cuando los dos bandos comenzaron a
> disparar. Las balas partieron árboles por la mitad y un humo amargo se
> extendió sobre la ladera. El tronar de las armas hizo casi imposible
> el comunicarse. Un soldado de Batista fue herido en el hombro, una
> mancha escarlata se extendió por su uniforme, y rodó ladera debajo de
> la montaña como una roca. El comandante de la patrulla del ejército
> retiró al soldado herido y, con el resto de sus hombres, se retiró a
> la espesura, dejando un rastro de sangre.
>
> En la súbita paz, Menoyo se volvió a Morgan y gritó: “¿Por qué coño disparaste?”
>
> Cuando le dijeron entonces a Morgan en inglés lo que Menoyo decía,
> pareció sorprendido. “Pensé que nos habías dicho que disparásemos
> cuando viéramos sus ojos,” dijo. Nadie había traducido la orden
> original de Menoyo.
>
> Morgan había cometido un error, pero tan sólo había acelerado el
> inevitable combate. Menoyo le dijo a Morgan y al resto que se fueran:
> cientos de soldados de Batistas pronto vendrían a por ellos.
>
> Los hombres metieron apresuradamente sus pertenencias en mochilas
> hechas con sacos de azúcar. Menoyo tomó consigo un medallón que su
> madre le había dado, representando la Inmaculada Concepción. Morgan
> amontonó sus propios recordatorios; fotografías de un niño y una niña.
> Los rebeldes se dividieron en dos grupos y Morgan partió con Menoyo y
> otros veinte, marchando más de cien millas a través de las montañas.
>
> Se movían normalmente de noche; después, al amanecer, encontraban un
> sitio protegido y comían los pocos víveres que tenían, durmiendo por
> turnos mientras los centinelas vigilaban. Morgan, que llamaba a uno de
> sus rifles automáticos su niño, siempre mantenía su arma cerca. Cuando
> la oscuridad regresaba, los hombres volvían a marchar, escuchando el
> sonido de los pájaros carpinteros, el ladrido de los perros y su
> propio respirar exhausto. Sus cuerpos se debilitaron por el hambre y
> las barbas cubrieron sus caras creciendo como una jungla. Cuando un
> rebelde de diecinueve años cayó y se rompió el pie, Morgan lo agarró,
> asegurándose de que no se quedase atrás.
>
> Una mañana en la marcha, un rebelde estaba forrajeando comida cuando
> vio cerca de doscientos soldados de Batista en un valle cercano. Los
> rebeldes se enfrentaban a la aniquilación. A medida que el pánico se
> extendía, Morgan ayudó a Menoyo a trazar un plan. Prepararían una
> emboscada, escondiéndose detrás de una serie de grandes piedras, en
> una formación en U. Era esencial, dijo Morgan, dejar una ruta de
> escape. Los rebeldes se acostaron detrás de las piedras, sintiendo el
> calor de la tierra contra sus cuerpos, sus rifles listos contra la
> mejilla. Antes, algunos de los jóvenes había profesado una alegre
> indiferencia frente a la muerte, pero su brío se desvaneció a medida
> que se enfrentaron ante la perspectiva.
>
> Morgan se preparó para el combate. Se había implicado en un conflicto
> extranjero, y ahora todo corría riesgo. Estaba en el mismo apuro que
> Robert Jordan, el protagonista americano de Por quien doblan las
> campanas, que, ayudando a los republicanos en la Guerra Civil
> Española, debe volar un puente: “Tenía una sola cosa por hacer y debía
> pensar en ella… preocuparse era tan malo como tener miedo. Hacía las
> cosas más difíciles.”
>
> Los soldados de Batista se acercaron al puente. Aunque los rebeldes
> podían oír a las ramas romperse debajo de las botas de los soldados,
> Menoyo ordenó a sus hombres aguantar el fuego, asegurándose que esta
> vez Morgan lo entendiese. Pronto, los soldados enemigos estuvieron tan
> cerca que Morgan podía ver los cañones de sus armas. A Castro le
> gustaba decir “Patria o Muerte,” Finalmente Menoyo dio orden de
> disparar. En medio de los gritos, sangre y caos, algunos de los
> rebeldes se retiraron, pero como Shetterly escribió, “vieron a Morgan
> al frente de todos, avanzando, completamente centrado en la lucha.”
>
> Los soldados de Batista comenzaron a huir. “Se replegaron,” recuerda
> Armando Fleites, un médico que estaba con los rebeldes. “Fue una
> victoria total.”
>
> Más de una docena de soldados de Batista estaban heridos o muertos.
> Los rebeldes, que tomaron las armas de los soldados muertos, no habían
> perdido ni un solo hombre, y después enrolaron a Morgan para les
> enseñase mejores formas de lucha. Un antiguo rebelde recuerda “Me
> entrenó en la guerra de guerrillas: cómo emplear distintas armas, cómo
> poner bombas.” Morgan entrenó a los hombres en judo y enseñó como
> respirar bajo agua empleando una caña hueca. “Habían tantas cosas que
> él conocía y nosotros no,” dijo el rebelde. Morgan sabía incluso algo
> de japonés y alemán.
>
> Aprendió español, convirtiéndose en miembro con pleno derecho del
> grupo, llamado el Segundo Frente Nacional del Escambray. Como otros
> rebeldes, Morgan hizo juramento de “luchar y defender con mi vida este
> pequeño pedazo de territorio libre,” de “proteger todos los secretos
> de guerra,” y de “denunciar a los traidores.” Morgan ascendió
> rápidamente, primero mandando media docena de hombres, después
> dirigiendo una columna mayor, y, finalmente, presidiendo sobre varios
> kilómetros de territorio ocupado.
>
> A medida que Morgan ganaba batallas, las noticias de su curiosa
> presencia comenzaron a filtrarse. Una estación radial rebelde cubana
> informó que los rebeldes “dirigidos por un americano,” habían matado
> cuarenta soldados de Batista. Otro noticiero saludó a un “yankee
> combatiendo por la libertad de Cuba.” El periódico de Miami, El Diario
> de las Américas, declaró que el americano había estado con los Rangers
> que desembarcaron en Normandia y abrieron el paso a las fuerzas
> aliadas destruyendo instalaciones nazis en la costa francesa antes del
> Día D.
>
> Agentes de inteligencia estadounidense y cubana también comenzaron a
> hablar sobre un comando yankee. El verano de 1958, la CIA comunicó
> rumores sobre un rebelde, “identificado únicamente como El Americano,”
> que había interpretado un papel crítico “planificando y llevando a
> cabo actividades guerrilleras,” y que había liquidado virtualmente una
> unidad batistiana dirigiendo a sus hombres en una emboscada. Un
> informante dentro de un grupo revolucionario cubano le dijo al FBI que
> El Americano era Morgan. Otro dijo que Morgan había “arriesgado su
> vida numerosas veces” para salvar a rebeldes y era considerado “como
> un héroe entre sus fuerzas por su bravura y atrevimiento.” Los
> informes eventualmente provocaron una discusión entre las agencias
> gubernamentales estadounidenses —incluyendo a la CIA, el Servicio
> Secreto, la Inteligencia militar, y el FBI—para determinar quién era
> William Alexander Morgan, y para quién trabajaba.
>
> (Continuará…)
>
> * Este artículo fue publicado originalmente en inglés en la más
> reciente edición del semanario The New Yorker. Traducción: Juan Carlos
> Castillón.
>
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