QUE ALGUIEN ME EXPLIQUE
Por Rogelio M. Díaz Moreno
El eficiente Marino Murillo ha hecho unas declaraciones interesantes en el marco de esto de la visita del Papa. Según dijo el vicepresidente del Gobierno cubano, en una conferencia de prensa, en nuestro país no ocurre ningún cambio político, solo económico. A lo mejor los periodistas lo acuciaban un poco con aquello otro que había dicho Ratzinger acerca de la obsolescencia del marxismo antes de llegar aquí –pura especulación mía, dado que en Cubadebate no pusieron las preguntas de la prensa. En todo caso, las acotaciones de Murillo dan para un festín.
Según esta posición, las medidas tomadas por el gobierno –eliminación paulatina del racionamiento de alimentos subsidiados, cierre y racionalización de millones de puestos de trabajo, apertura a la actividad económica de la empresa privada nacional,etc., son solo acciones económicas, sin ninguna repercusión política. A estas alturas alguien se pregunta si no será verdad que, en efecto, el gobierno cubano le da la razón al Papa y acabó de tirar por la borda la pretensión de proceder según la filosofía del materialismo, como lastre innecesario en su acelerada carrera hacia… hacia alguna parte. Porque decir que esas medidas económicas no tienen ningún cariz político es algo muy serio.
Por favor, ¿cómo se pueden sostener esas afirmaciones en un contexto de pensamiento de izquierda y del poder de un partido que se califica de comunista?
Voy a recapitular un par de ideas a ver si alguien me demuestra que lo que pasa es muy simple y que yo no entendí. Renunciar a que el Estado se esfuerce porque todos los ciudadanos tengan un trabajo digno no solo rompe un compromiso de cincuenta años de este sistema con la población, sino que hay hasta que analizarlo muy finamente a la vista hasta del programa del Moncada. Sin un empleo estatal garantizado y sin bienes básicos subsidiados, los perdedores de la economía de la calle –y aquellos que laboran para el estado por salarios de pobre nivel adquisitivo– dependerán de una suerte de subsidios (más en el terreno de las promesas que en el real, hasta ahora) a personas, como decir mecanismos de caridad del Estado, que no derechos ciudadanos.
Asumir que la mitad de la fuerza laboral del país no va a estar en empresas públicas implica, también, una reducción brutal de las capacidades del Estado para planificar y dirigir directamente la economía –para bien o para mal, porque muchos piensan que el Mercado lo va a hacer mejor. Por lo tanto, se tendrá que recurrir a mecanismos muy distintos de los hasta ahora usados para extender proyectos que impliquen fuerzas masivas a nivel nacional, llámese polos tecnológicos, turísticos, los sistemas educativos y de salud, vías de transporte y telecomunicaciones, entre otros. Todo lo relacionado con las contradicciones entre los trabajadores y los empleadores tendrá que ser redefinido. Pero dice Marino Murillo que nada de eso es política.
Que alguien me explique, porque me siento perdido. Marx dijo que la política no era sino la expresión concentrada de la economía. Los principios del neoliberalismo que nos intentan imponer los poderes globales transnacionales nos machacan con un discurso donde se niega el carácter ideológico, clasista, imperialista, político, de sus postulados, para disfrazarlos de recetas técnicas y de etapas inevitables de desarrollo económico. ¿Hemos decidido dejar de lado al fundador del comunismo científico? ¿Vamos a usar los mismos conceptos del FMI? ¿Queremos o no construir una sociedad nueva, de un carácter económico e, inexorablemente, político, distinto y superior? Los cambios “económicos” a los que se pueden aludir, en este contexto, alcanzan una profundidad y trascendencia tales, que ya resulta de aceptación generalizada la noción de que van a requerir cambios en la Constitución de la República.
Que alguien me explique qué puede ser más político que esto. Tal vez Murillo lo decía en respuesta a los comentarios del Papa peyorativos respecto al marxismo, corriente filosófica que se supone que siga la clase trabajadora cuando alcanza el poder tras una revolución. Con alguna interpretación tortuosa de por medio, se podría creer que se le replica a Benedicto de una manera que “reivindica” al marxismo ya que, supuestamente, “solo” se retocan puntos económicos y no políticos del sistema. Sin embargo, si hay algo consistente en El Capital y los trabajos que le siguieron, es el desarrollo, la explicación, de los principios y funcionamiento de la economía política. En ninguna parte del camino recorrido de entonces a acá, se han separado los materialistas de esta unión dialéctica.
Y hay otras aristas del asunto que no son menos inquietantes. Si existe cierta persistencia en la calificación de estos cambios, ocurridos y por ocurrir, como meramente económicos, se facilita la tarea de los que aspiren a acaparar el proceso de diseño y conducción de las dichas transformaciones. Las amplias capas de la población trabajadora son poco duchas y hasta ignorante en temas monetario financieros, al decir de los sofisticados tecnócratas en cuyas manos se encuentrará el asunto. Persuadidos, todos los demás, de que sus aspectos están al alcance solo de los versados en las ciencias de la Economía y de que no constituyen la cuestión política más delicada y trascendental que enfrentamos en nuestra tiempo, será menos probable que espíritus inquietos y fastidiosos como el de este autor estén haciendo incómodos reclamos de participación ciudadana y democrática en su planificación y control.
Que alguien me explique.
http://bubusopia.blogspot.com/
ODA AL TEMBLOR
Por Félix Guerra
Cualquiera tiembla. Muy a menudo tiemblo yo. Tiemblo en el amor. Y siempre camino temblando hacia el amor. Yo ni concibo amar si no hay temblores.
Tiemblo cuando odio. Son temblores
esporádicos o intermitentes. Y a menudo reprimidos. Tiemblo por odiar.
Y tiemblo en invierno si olvido y dejo
una ventana abierta. No siempre tiemblo
ante la injusticia o la adversidad, pero
sí a veces me tiemblan las mandíbulas.
Tiemblo cuando tiembla la tierra. Temblor doble o cuadruplicado. Cuando las ventanas
se cierran de un portazo, vuelvo a abrirlas, pero antes me sacude un ligero temblor.
Fantasmas de la vejez me hacen temblar.
No solo por arrugas y canas. Sino sobre todo
porque fabrican verdades inmutables y
una ilusión de vida sin cambio ni movimientos.
Cuando tiemblo, ya luego no soy
la misma persona. Cada temblor, calculo, deja una fibra nueva que crece y cambia
lo vivido antes. Y transfigura además
los vientos del futuro.
Tiemblo, a veces, durante el crepúsculo, abrumado por la belleza de lo que se extingue. Y los abismos me estremecen
con un temblor ciego que solo yo puedo ver.
Creía que el tiempo no me hacía temblar, pero tiemblo cuando hojeo un álbum
de fotos. Cuando recuerdo los infinitos
nacimientos del individuo enseguida borrados de la memoria. Los antecesores
y los descendientes nos llenan la vida
de temblores.
Si el lince alcanza la liebre, tiemblo. Si
escapa la liebre, tiemblo. Y entre
esos dos temblores se ensancha la vida.
Tiemblo a menudo y no lo escondo.
Tiemblo y no me avergüenza. Sin embargo, la vergüenza, mía o ajena,
da a mis rodillas más razones para temblar.
Tiemblo debajo de una colcha y más debajo
de las sábanas. Tiemblo en diciembre y enero, y en agosto tiemblo, si amenazan huracanes, soledad o tiranías.
El enemigo, sin embargo, ese que mata
y odia sin vacilar, nunca me vio temblar. Ni pensar quiero ese temblor, porque me sacuda una irascible racha de temblores.
Poemas de la sangre cotidiana.
Abril de 2012
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