CONFESIONES DE UN CANDIDATO ENMOCHILAO
O sea, cual gatica de Marìa Ramos.
Eligio Damas
Aunque se me vea cara de “asustao”, esta vaina de la campaña presidencial, me está gustando ahora. Cuando al día siguiente de dados los resultados de las primarias, tomé conciencia que me enfrentaría a Chávez, el susto fue tan grande que lo pasé casi todo en el baño. Apenas salía, debía volver con premura a la poceta, los retortijones del tripero y pujas involuntarias eran más que persistentes. ¡Es qué esa vaina es pa´ cagase chamo!
Comprendí que no era lo mismo competir con Enrique Mendoza, por la gobernación de Miranda, porque no tengo nada que decir sino refranes balurdos, como el de “voltea para que te enamores”, dirijido a una moza agraciada, colocada frente a mí y si se voltea miraría a otro, me hace aparecer como celestino o alcahuete. O sea, no estoy en condiciones para competir con un hombre que sabe muchas vainas y habla de ellas con la mayor facilidad. El tipo parece una librería o biblioteca parlanchina.
Mendoza es otra cosa; es como yo en casi todo. Nunca se leyó un libro completo, ni de aquellas viejas novelas de vaqueros, agentes policiales de la CIA, FBI o de Corìn Tellado; porque su espejo, su padre “Miralejos”, sòlo se ocupaba de caballos, cuya suerte, como Gardel, en veces pendìa de una cabeza; el mìo, màs pragmàtico, del sonido de la registradora y de la sentencia filosòfica “no fìo, doy ni presto”. De allì venimos; nuestra cultura es la propia de la clase alta de ahora, alcanzada de tanto viajar a Miami, hartarnos de “hot dogs”, pegarnos a las maquinitas o ruletas de los bingos, de los cuales, en este país, nuestra gente ha montado por montones. No hemos tenido grandes problemas por resolver, nos ha sobrado real y gente que trabaje para nosotros; entonces por qué rompernos la cabeza leyendo vainas que “encalamucan”* y nos distraen de nuestra vida muelle. Pero tenía que llegar el tropero, un marginal que nunca en su niñez le dio la mano a Mickey Mouse y menos al Pato Donald, personajes estos con quienes nosotros gozamos y aprendimos mucho; sobre todo por la gracia y sentido del deber capitalista de ambos. Nunca olvido que Donald, aunque sea un limpio, se muere por servir y serle grato a su tío “Rico McPato”.
Pero enfrentarse a Chávez, un sujeto que lee libros en abundancia, los eructa, recita como si yo estuviese cantando el “Happy birthdays” o el himno nacional estadounidense, es algo complicado y para cagar a cualquiera. ¿Qué debo hacer Dios mío, si en debate televisado, alguien o mi adversario mismo me lleva un punto que deba hablar de libros, autores, de eso enredado que llaman filosofía o delinear un programa de gobierno que no sea lo ancho pa` nosotros y lo angosto pa` todo el mundo ?
Ojalà yo fuese un tipo de la altura y fineza de Manuel Rosales. Ese carajo si què sabe. El creador no quiso eso para mì.
Cuando estudié sólo leí apuntes que no sin dificultad tomaba o trabajos multigrafiados, que alguno de los compañeros vendían y, según algunos cráneos, qué los había, decían estaban llenos de errores ortográficos, aunque puedo jurar por este puñado de cruces que nunca encontré ninguno. ¡Debe ser dificil esa tarea!
Por todas esas cosas, me espanté al pensar que tendría que enfrentarme a ese señor a quien una vez un escritor según, me dijeron, porque no conozco a ninguno de estos, dijo que hablaba más que predicador protestante portoriqueño.
Además, debatir con él, lo supe desde el principio, no es aquella papaya de lo que llamamos “debates entre los precandidatos de la MUD”. En estos, no debatíamos entre nosotros, sino decíamos vainas en cayapa, contra un rival, quién por estar ausente no podía respondernos nada. Cada participante no era un adversario de quién había que cuidarse sino un aliado para bombardear desde lejos un objetivo.
Pero, como estoy de confesión y en el confesionario al cura no debe caérsele a cova, voy a decirle que ahora ando de los más contento. Me siento de lo más relajado, tal como casi todo el tiempo antes de meterme en esta vaina, cual alguien en lugar de pelear contra un rival en el ring, mientras otros se baten por mí, miro de lo más cómodo, desde el ringside
Mis asesores, pagados para que piensen y hasta hagan por mí, de lo que siempre la familia cuidó así fuese, me han dicho que no hable, nada diga ni confronte con el balurdo ex militar; puro recular o hacerme el gafo, lo que no me cuesta mucho. Es decir, a mi juego me llamaron. El de hacer de un tal Juan Peña, de un libro escrito por un señor llamado Pedro Emilio Coll, según me informó uno de mis asesores. O mejor, lo mismo - de eso si sé - que la gatica de María Ramos, “tirar la piedra y esconder la mano”. ¿Acaso no es eso lo que vengo haciendo desde hace doce años?
*El Drae, habla de encalamocar, que significa, calamocano, embriagado o chocho. Para Venezuela le reconoce el significado de confundirse; encalamucar es regionalismo cumanès, el cual uso en este texto.
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