Adiós a la nostalgia
Por Lorenzo Gonzalo, 6 de diciembre del 2011
Estados Unidos, precursor pragmático del sistema político que permitió encauzar las fuerzas productivas a partir del desarrollo de la Revolución Industrial y la liberación de la iniciativa privada, está constituido por un gran poder, balanceado por intereses varios que giran alrededor del Estado, garantizando su permanencia.
Ni siquiera se trata de una clase de poder, aunque sin dudas quienes poseen individualmente una gran fuerza económica, ejercen sus presiones. Pero también la hacen los sindicatos, las instituciones formadas por profesionales, y los agricultores, que no son campesinos al antiguo uso, sino dueños de tierras con equipos que roturan y siembran y les permite a muchos amasar cierta riqueza sin el trabajo sucio de antaño.
Muchos factores integran el poder del Estado en ese país, como también ocurre en los otros que ejercen la dirección política utilizando los mismos procedimientos basados en el llamado equilibro de poderes.
Dentro de ese conglomerado, los de mayor influencia son quienes controlan grandes cantidades de riquezas. Ellos constituyen el peso decisorio en la elaboración de las leyes ciudadanas y sobre todo en la determinación de los estilos de vida prevalecientes. La sociedad se mueve por su economía y ellos, los poderosos, los financistas, grandes ejecutivos y accionistas de bancos, las aseguradoras y las corporaciones dueñas de industrias que jamás han visitado, son el factor de mayor presencia sobre el poder político.
No hay dudas que los desplazamientos y el surgimiento de sectores económicos humanos con un dominio significativo sobre las riquezas, ya sean recursos o producciones, han constituido históricamente elementos claves en la conducción de los Estados. Esa realidad hizo pensar a Carlos Marx y a otros pensadores que aportaron y fueron creadores de la sociología moderna, basada en la objetividad y en las tendencias que brotan de las relaciones de trabajo y de convivencia, que el motor esencial de la historia estaba dado por el enfrentamiento de las clases sociales. Sin embargo, más allá de cierto espejismo que esos fenómenos provocan, la historia del Poder, si así pudiéramos llamarlo, se amplía cada vez más a las mayorías, haciéndose inclusivo y resolviendo las contradicciones nacidas de los vicios que surgen de las costumbres. Las sociedades actuales que están conformadas por Estados cappitalistas con criterios democráticos, aun cuando no los honren, hacen inevitable el desplazamiento de sectores individuales de las áreas del poder y profundizan con el tiempo la participación del colectivo social. Aun cuando el concepto de apropiación no ha sufrido transformaciones esenciales, los mecanismos distributivos son de obligatoria atención por parte de quienes ejercitan el poder, so pena de provocar inadecuaciones, capaces de ocasionar el derrumbe de las dictaduras y la desaparición de los llamados “hombres fuertes”.
La consolidación del sistema político que tuvo su mejor expresión en el Norte de América y la flexibilidad inherente a su estructura, fue una ventana más por donde la humanidad pudo airear mejor sus pulmones. Su aplicación en las naciones donde el desarrollo había alcanzado determinados niveles, aun cuando la distribución fuese muy desigual, se favorecieron de su elasticidad estructural. Solamente quedaron las trabas creadas por los choques de intereses que aceleran unas veces y desaceleran otras el desarrollo económico, interfiriendo con los estilos de vida que van surgiendo, consolidándose y desapareciendo. Esos choque son provocados por aquella dinámica nacida de la lucha de sectores mencionada al comienzo de este trabajo y la cual no da lugar a una clase explotadora y a otra explotada, sino es una gama mucho más amplia, la cual a su vez se amplia con el desarrollo y el surgimiento de nuevas fuentes productivas.
Nada de esto excluye las luchas sociales que ocasionan las incomprensiones del poder, ni significa una desaparición de procesos explotadores. Mencionarlo es importante porque aún, cuando muchos grandes luchadores, soñadores, humanistas y religiosos de pura sinceridad y buenos deseos, hacen de las epopeyas y del sangriento choque de machetes, sables, cañones y fusiles, un poema de añoranzas, la vida está probando que esas contradicciones pueden y deben tener respuestas diferentes. No obstante quedan muchas incógnitas por resolver y sobre todo, una mejora sensible no puede alcanzarse hasta no lograr una organización social que favorezca la continuidad del cambio con participación real del colectivo y sea capaz de renovarse por sí misma.
Los nuevos criterios sobre la organización de un Estado Socialista, surgidos con el acervo de experiencias acumuladas, acompañados además con la ponderación que se apodera poco a poco de cada uno de nosotros, alienta en las voluntades el propósito de otro tipo de lucha y nos permite concebir el quehacer de manera más pragmática, con la certeza de obtener resultados más eficientes. Los tiempos que van surgiendo, nos permiten ver claridad donde antes solamente concebíamos el uso brutal de la violencia, la cual no queda excluida bajo el peso de esta esperanza y puede convertirse en un fenómeno inevitable cuando los poderes dejan de escuchar.
En realidad la vida nos va enseñando que cualquier tiempo futuro siempre es mejor. Estamos alcanzando un punto, donde tendremos que decirle adiós a la nostalgia y debemos alabar cada vez más el porvenir.
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