Ascenso político de la comunidad cubana en Miami
Por Lorenzo Gonzalo, 28 de octubre del 2011
Desde la década de 1980, las personas de origen cubano en Miami comenzaron a ocupar espacios importantes en la política de Estados Unidos. Aquello respondió a un plan del entonces Presidente Ronald Reagan para darle una nueva cara a la política agresiva de Washington hacia Cuba. A partir de entonces, aun cuando clandestinamente continuaron apoyando y facilitando el trabajo sucio de los terroristas de origen cubano, quedó transformado el método de agresión, sustituyéndolo por la aprobación de leyes y estrategias que “supuestamente partían del sentir de los cubanos amantes de su país”. Esos “cubanos amantes de su país”, quienes no eran más que hijos de gente revanchista con mucho odio en el alma, serían desde entonces las mejores pruebas para sustentar las políticas agresivas de la Casa Blanca. La injerencia de Washington en los asuntos internos de Cuba quedó justificada como algo que provenía de los propios cubanos “exiliados”. En realidad esos “exiliados” son un grupo proveniente de las antiguas familias asociadas al régimen dictatorial que rompió el ritmo institucional cubano en 1952, quienes fueron elevados a la categoría de dirigentes del Congreso y el Senado de Estados Unidos. Algunas personas, ajenas a los sucesos de aquella etapa, se sumaron por diversos motivos a la política de los herederos del golpe constitucional que violó el ritmo electoral cubano. Unos lo hicieron por miedo, otros por temor a las represalias laborales y no faltaron muchos que actuaron por oportunismo, convirtiendo esa actitud en un modus vivendi, o quienes abochornados con ellos mismos, por no haber sido capaces de reclamar y decir sus puntos de vista mientras vivían en Cuba, desarrollaron una formación reactiva.
La carta de presentación para aspirar a un puesto político en Miami ha consistido desde entonces en presentar una leyenda que hable del “exilio” o que muestre una historieta de “luchador anticastrista”, y otras sandeces semejantes. En esto consistió el estilo para captar el voto de los afines, el de los incrédulos y sobre todo del emigrado promedio que deseaba regresar a Cuba o al menos visitar su país sin restricciones, como cualquier otro emigrado del mundo que vive en el Hemisferio Occidental.
El factor migratorio, especialmente el de los cubanos, ha sido decisivo para el sostenimiento de ese grupo de personas que ostentan cargos en Estados Unidos, amparados en un discurso agresivo en contra del gobierno cubano. Un factor que ha contribuido fuertemente a sostener la consistencia del voto de los emigrados cubanos a favor de esas personas, ha sido la lentitud de una reforma migratoria en Cuba, que responda a estos nuevos tiempos, en los cuales la agresión directa practicada unas décadas atrás por Estados Unidos, ha sido sustituida por una estrategia sutil, consistente en apoyar con dinero y recursos provenientes de Washington, a una supuesta “oposición cubana”. La desaparición generacional paulatina de quienes violaron la Constitución cubana en 1952, no ha dado por resultado un cambio sustancial de la actitud de muchos, porque aún se mantienen por parte del gobierno cubano las restricciones que impiden a los emigrados ejercitar las mismas prácticas migratorias generales que disfrutan las demás comunidades. Esto ocasiona en ellos un sentimiento de no pertenencia, que los aleja de los aspectos políticos de su país.
En resumen podemos decir que el debate de hoy se concentra en la política migratoria, esencialmente en el trato que reciben los cubanos emigrados por parte de Estados Unidos y de Cuba.
En ese sentido, la propaganda inclina la balanza hacia Estados Unidos. El gobierno de Obama ha puesto en vigor las mismas restricciones existentes antes de la era de Clinton, ha eliminado aquellas establecidas por el gobierno de Bush y ha suavizado muchas de las existentes a principios de los años noventa. Como consecuencia, los emigrados asumen esas disposiciones como una relajación de la política de Estados Unidos hacia Cuba, mientras el gobierno cubano continúa sin reconocerles ciertos beneficios que, por razones de nacionalidad, constituyen un derecho para el resto de los ciudadanos del Hemisferio.
En las contiendas electorales del Estados de La Florida, lejos de debilitarse, se siguen fortaleciendo los candidatos cubanos que mantienen este tipo de mentalidad.
El último de los mohicanos es Marco Rubio, senador por el Estado de La Florida. La escalada del proceso que ha llevado a ese sector a altos cargos públicos, se ha hecho tan evidente en este caso porque el Senador ha llegado a ser considerado incluso como posible candidato presidencial. Cosa insólita para una maquinaria que comenzó hace a penas 25 años. Los mexicanos, llamados chicanos, con doscientos años de historia no tienen un símil semejante
En relación a este Senador, se ha destapado últimamente un escándalo en los corrillos chismográficos que definen la política electorera de partidos.
Resulta que para adornar su imagen se autodefinió en su mini biografía como un candidato “exiliado”, “luchador anticastrista” y bla…bla..bla…Lo mismo de siempre. Pero resulta que el personaje es hijo de padres que emigraron a Estados Unidos en 1956, año en que el proceso revolucionario aún no había llegado al poder.
Otro problema que quieren crearle al “flamante Senador” es que sectores racistas y anti inmigrantes, aducen que para ser ciudadanos con derecho a aspirar a la presidencia del país, debe ser hijo de hijos de inmigrantes, o sea segunda generación, cuestión que no está claramente establecida constitucionalmente.
Pero lo importante del tema es poner en conocimiento público, hasta dónde llega la comedia trágica de los candidatos de origen cubano que aspiran a cargos públicos en Estados Unidos, quienes deben enarbolar, como trofeo para la contienda, ser los representantes de un tercer país. Esta actitud tiene mucho que ver con el mecanismo que hizo posible el milagro que les permitió ocupar esos cargos.
A estas alturas del derrumbamiento de la URSS, esta tragicomedia política debió haberse desvanecido y otras etnias u otros cubanos, con mentalidades enfocadas en los asuntos nacionales de Estados Unidos, debían haber desplazado a este tipo de políticos.
Pero mientras el tema cubano pueda ser sustentado como credencial para llegar a ocupar altos cargos de gobierno en Estados Unidos, prometéndole a los emigrados de Miami su regreso y el acceso a la nación común, la convocatoria al voto se inclinará a favor del odio y la revancha que albergan los discursos de estos candidatos.
El Nudo Gordiano en este sentido, se rompe en Cuba. En tanto la política migratoria practicada por el gobierno no cambie, la mayoría del cubano será influenciado por estas personas predicadoras de odio y serán de gran peso a la hora de inclinar la balanza del voto electoral en el sur de La Florida.
El cubano que decidió vivir fuera de su país, por la razón que fuera, consciente o inconscientemente, piensa que es considerado enemigo de Cuba o en el mejor de los casos, se siente ajeno a la Nación que le dio su cultura y el alma esencial del sentimiento.
Washington y sus apologistas han utilizado maravillosamente ese resquicio. La esencia de sus discursos, desde que les entregaron el poder del Estado de La Florida a estas personas, ha consistido en ofrecerle a estos emigrados el regreso “al país perdido”. Tampoco han escaseado momentos en que estos emigrados cubanos son comparados con los de otros países con la malvada intención de levantarles un sentimiento de bochorno.
La correlación migratoria entre ambos países es el factor más importante que explica en gran medida, la supervivencia de la descabellada política del bloqueo, condenado todos los años por la comunidad internacional que integra la Organización de Naciones Unidas.
Por lo pronto, la farándula política del Senador Marco Rubio inclina a pensar que sus padres huyeron de la dictadura de Batista en 1956 y que en el mejor de los casos proviene de una familia de “fidelistas arrepentidos”.
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