domingo, 30 de septiembre de 2018

EL PRESIDENTE DE CUBA Y LIS CUESTA SIEMPRE JUNTOS EN NEW YORK


ATENCIÓN FRANK
Imágenes que son el símbolo del futuro que se hace presente

logofoto - copia

Félix Sautié Mederos


Crónicas Cubanas

El Presidente de Cuba y Lis Cuesta siempre juntos en New York

Queridos lectores de Crónicas Cubanas, los símbolos son importantes porque muchas veces expresan conceptos con una asimilación más efectiva que cualquier discurso por mucha elocuencia con que se haya pronunciado. Esa es una convicción que reiteradamente se me hace presente cuando aparecen símbolos no pensados antes.

Otra consideración importante que se me presenta en mi mente en la actualidad que estoy viviendo es que cada época tiene sus símbolos representativos. Por ejemplo, la imagen de Fidel en su entrada a La Habana aquel 8 de enero memorable del 1959, fue el símbolo inequívoco de que la Revolución era Triunfante y de que se iniciaba una nueva etapa de libertad, equidad y justicia social no exenta de peligros y asechanzas. La afirmación de que la lucha iba a continuar ahora con mayores agresiones pero también con mayores posibilidades que las que tuvieron Céspedes, Martí y el propio Fidel asaltante del Moncada.

Y, en este orden de pensamiento, cuál sería el símbolo de futuro que se hace presente en estos días, algo muy humano y novedoso: Lis Cuesta, su esposa, todo el tiempo junto al Presidente de Cuba en su primera visita a la ONU en Nueva York. Una imagen nueva que quizás pase desapercibida para algunos, pero que se me ha dibujado con fuerza en estos días que el Presidente de Cuba, Miguel Díaz Canel, encarna a Fidel en sus visitas a la ONU. Fidel en su época y Díaz Canel en su presente en el que abiertamente expresó, con la firmeza que sólo puede darse como consecuencia de una convicción profunda, “Somos la continuidad, no la ruptura”.

Realmente abrimos una nueva etapa con una nueva imagen de una continuidad que no se romperá, en el año del 150 aniversario del inicio de las Guerras de Independencia. Son muchos significados de futuro que se abren con una imagen y una presencia.

Sólo eso quiero comentar porque para buenos entendedores no hacen falta muchas palabras. Así lo he percibido y así lo expreso con mis respetos para el pensamiento diferente y sin querer ofender a nadie en particular.
Publicado en el periódico Por Esto! Sección de Opinión de Mérida, Yucatán, México  el domingo 30 de septiembre del 2018



EN LA TUMBA DE YARINI

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 53 more Details
APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross



En la tumba de Yarini

Ha visto el cronista en estos días un número del semanario La
Caricatura, de finales de noviembre de 1910, que recoge «con
fotografías y detalles», la muerte y el sepelio de Alberto Yarini, el
Rey, el Gallo de San Isidro, el más famoso chulo cubano de todos los
tiempos. Hay en la primera página, un retrato de Yarini y otro de Luis
Lotot y un dibujo que recrea el tiroteo que involucró a ambos. El
francés, que vestía un traje carmelita, con bombín, murió en el acto,
víctima de un certero balazo en la frente. El cubano, todavía vivo,
fue transportado, primero a la Estación de Policía de la calle Paula,
en un coche, y luego, en ambulancia, al hospital de Emergencias,
situado entonces en la esquina de Salud y Cerrada del Paseo. Un chorro
de sangre, incontenible, manaba de su vientre.

Llegaba así a su clímax la disputa entre chulos cubanos y franceses
por el control del barrio de San Isidro. Los extranjeros se sentían
molestos por las humillaciones que les inferían los cubanos y la
ventaja que les sacaban. La disputa entre Yarini y Lotot en torno a
Berthe La Fontaine fue, en verdad, la gota que desbordó el vaso. A
juicio de este cronista, Berthe, la mujer más bella que se vio jamás
en San Isidro, no fue más que una carnada que Yarini, pese a ser el
que era, mordió ingenuamente.

Yarini falleció a las 10:30 de la noche del 22 de noviembre de 1910.
Desde el hospital, el cadáver fue trasladado, bajo protección
policial, a la casa de la familia, en Galiano No. 22 (116, actual)
entre Ánimas y Lagunas. En torno al féretro, en la capilla mortuoria,
montada por la funeraria Caballero, las guardias de honor se relevaban
cada cinco minutos. Se calcula que unas diez mil personas desfilaron
ante el cadáver para despedirlo.

Hay otra foto en la página inicial de aquella edición de La
Caricatura. Se ve en ella a la multitud compacta que acompaña al
cementerio los restos de Alberto Yarini. La encabeza una carroza
imperial tirada por cuatro parejas de caballos y dotada de cuatro
palafreneros, el cochero y un postillón. Lo sigue el coche con las
coronas y a continuación la banda de música de la Casa de
Beneficencia. El ataúd era transportado en hombros de seis amigos, que
se turnaban por tramos. Detrás, la gente cubría tres cuadras largas y
eran muchas las personas que se agolpaban en las aceras, portales y
balcones para verlo pasar. El general Armando de la Riva, jefe de la
Policía, garantizaba el orden al frente de un grupo de agentes.

Fue lo nunca visto aquel entierro. El ilustre sociólogo y pensador
Enrique José Varona, figura dirigente del Partido Conservador,
encabezó con su firma la esquela mortuoria de Alberto Yarini. Y Miguel
Coyula, nombre destacadísimo también en esa organización política,
tuvo a su cargo la despedida de duelo.

El ñáñigo y el profesor universitario, el policía y el delincuente, el
comerciante y el honrado artesano, el político y el proxeneta, el
profesional y el operario, el negro y el blanco… se mezclaban entre la
concurrencia.

No es fácil, a menos que se cuente con un guía, encontrar hoy la
tumba de Yarini en el cementerio de Colón. Este cronista la ha
visitado en dos ocasiones, y está convencido de que no podría volver
a ella por sí mismo. Recuerda vagamente que se impone salir de la
calle principal, poco antes de llegar a la capilla central, y tomar
rumbo a la derecha. Con orientación semejante no se llega, por
supuesto, a ninguna parte.

El tiempo melló ese panteón. El sol y el sereno, el polvo y la lluvia
han dañado su piedra durante más de cien años. Y no hay ya lápida
alguna que lo identifique, si acaso la hubo, ni se conoce, quienes son
los que reposan en el lugar. Allí se encuentran, presumiblemente, los
restos de una buena parte de la familia Yarini. Se trata de una
familia trunca porque el célebre proxeneta murió sin hijos y lo mismo
sucedió, hasta dónde sé, con sus dos hermanos. Entonces no existe
descendiente alguno que, guiado por el recuerdo y el cariño, acuda
al lugar con una flor.

Hace ya algunos años, en ocasión del estreno de la cinta cubana Los
dioses rotos, una joven desconocida se dio a la tarea de localizar la
tumba de Alberto Yarini. La encontró y se horrorizó ante lo desolado
del lugar.

Halló por pura casualidad un pequeño pedazo de madera. Extrajo
entonces de su bolso un frasquito de pintura de uñas y con el diminuto
pincel escribió sobre la tabla, con letras rojas irregulares, una
sola palabra: Yarini. Acomodó sobre la losa lo que pretendió ser una
tarja y puso una flor a su lado.

La flor, por supuesto, hace rato que desapareció para siempre, pero
apareció otra, Bastó la intención para salvar otra vez a Yarini del
olvido. A partir de ahí la tumba fue restaurada, por idea y esfuerzo
de algunos, y decenas de personas la visitan a diario para dar
muestra de su devoción por un ser que empieza a verse como milagroso y
recabar su ayuda.




--
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu

EN EL POR LA PAZ DE CENTENARIO DE NELSON MANDELA Y LA CUMBRE LA ONU QUE LLEVA SU NOMBRE


En el por la Paz de Centenario de Nelson Mandela y la Cumbre la ONU que lleva su nombre


Por Félix Sautié Mederos


Crónicas Cubanas


Una lección que nunca deberíamos olvidar…

Queridos lectores de Crónicas Cubanas, les confieso que mi conciencia me ha aguijoneado profundamente con la conmemoración del Centenario de Nelson Mandela en la ONU en estos días, en que su Asamblea General 2018, Reunión plenaria del mundo, como bien podría denominarse, constituye un tema que domina el ámbito de los acontecimientos en lo internacional. Las noticias de la prensa escrita y los telediarios nos traen minuto a minuto lo que está sucediendo en Nueva York. Especialmente en Cuba se pone énfasis a la presencia, por primera vez, de nuestro recién electo Presidente de la República Miguel Díaz Canel.

Para mí Nelson Mandela siempre ha sido un ejemplo de fe y esperanza extraordinarios que encarna perfectamente en aquello que se plantea en el Evangelio de Mateo Capítulo 17 versículo 20 “...Porque yo os aseguro que: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a ese monte: ‘Desplázate de aquí a allá’, y se desplazará, y nada os será imposible...”. Debo decirles que si en esta época se quisiera buscar un ejemplo de integridad política y de cristianismo verdaderamente encarnado, considero que si miramos para el ejemplo de Nelson Mandela lo encontraríamos reflejado con creces.

He seguido en detalle el evento de la ONU al respecto en el que, por cierto, se estrenó en ese organismo internacional nuestro Presidente Miguel Díaz Canel, quien expresó en su discurso en la cumbre de Paz, Nelson Mandela, en el 73 período de sesiones que: “El Primer Secretario de nuestro Partido, General de Ejército Raúl Castro Ruz, calificó a Mandela como ‘un profeta de la unidad, la reconciliación y la paz’. Por su parte, el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, lo definió como ejemplo de ‘hombre absolutamente íntegro (…), inconmoviblemente firme, valiente, heroico, sereno, inteligente, capaz…’ Así mismo recuerda el pueblo cubano a Nelson Mandela”.
Pienso, como ya lo han dicho también algunos especialistas al respecto y es de reconocimiento universal, que el ejemplo de fe inconmovible de Nelson Mandela como el primer Presidente negro de su país, fue capaz de mover las montañas que representó el apartheid en una Sudáfrica cruel y dramáticamente dividida en negros y blancos, transformándola en una nación unida más allá de los rencores y los pases de cuentas de los unos contra los otros.

Ese ejemplo tiene muchas lecciones y para nosotros los cubanos en estos momentos de debates del nuevo Proyecto de Constitución debería servirnos para iluminarnos muy en especial en nuestras relaciones con nuestros prójimos, principalmente en el reconocimiento de los derechos de la diversidad sin discriminación por raza, ideas políticas ni orientación sexual; principalmente en esta última que se encuentra entre los temas que más se están debatiendo en las Asambleas de Análisis de la nueva Constitución a lo largo y ancho del país.

Allá cada cual con su conciencia; y de mi parte reitero como siempre que: Así lo pienso y así lo expreso en mi derecho a opinar con mis respetos para el pensamiento diferente y sin querer ofender a nadie en particular.

Publicado en el periódico Por Esto! Sección de Opinión de Mérida, Yucatán , México , el miércoles 26 de septiembre del 2018.


AL PASO


Al paso
Ciro Bianchi Ross

El anuncio de la construcción de un  hotel en la Avenida 23, frente a
la heladería Coppelia, ha movido, con sus pro y sus contras, a la
opinión pública habanera. Es netamente cubano; quedará listo  en 2022
y será, con sus 42 pisos, 525 habitaciones  y sus  154 metros de
altura el establecimiento hotelero más grande y alto de la Isla.
    Eso equivale a decir que superaría al Habana Libre  y, por supuesto
al Habana Riviera, que con las  400 habitaciones  con que se
inaugurara en 1957, alcanza una altura de 71 metros sobre el nivel del
mar.
    El nuevo hotel no solo superaría al resto de los establecimientos
hoteleros existentes hasta ahora en la Isla. Se convertiría realmente
en la mayor altura conseguida aquí por la mano del hombre. Más alto
incluso que la pirámide del  monumento a José Martí en la Plaza de la
Revolución. Aun así no sería el mayor hotel que se construyó  aquí
hasta ahora.
    Van algunos datos.
Fue en la década de 1770 cuando se construyeron en la ciudad las
primeras edificaciones de dos plantas.  En el siglo XIX empiezan a ser
frecuentes los edificios de tres plantas, y ya hay algunos con
apartamentos para alquilar, modalidad esta que se generalizará después
de 1917.
A lo largo de la historia hay  siempre una edificación que, aunque hoy
nos parezca ridícula por la escasa escala conseguida,  fue la más alta
de su tiempo. La torre de la Basílica Menor de San Francisco de Asís,
de unos cuarenta  metros, fue la mayor altura que se consiguió durante
la Colonia, no solo en La Habana, sino en toda la Isla. Ya en la
República, uno de nuestros primeros rascacielos  lo fue, en 1909  la
Lonja del Comercio. Causó sensación y escándalo por su altura  y sus
elevadores, aunque el ascensor era ya un invento conocido en La Habana
desde los finales de la centuria anterior.  Años después, el edificio
Carrera Jústiz, en San Lázaro y Manrique, alcanzaba asimismo categoría
de rascacielos. Tenía ocho pisos, pero no había en la ciudad nada que
se le semejara en altura.
Se impone mencionar el edificio López Serrano, en L y 13, con catorce
pisos. El edificio Bacardí, en Monserrate, con doce y el edificio
América, también con doce plantas y dos más en la torre. Con sus diez
pisos el hotel Presidente fue en 1928 uno de los edificios más altos
de La Habana. No lo es desde hace mucho tiempo, pero sigue  siendo
perfectamente distinguible e identificable en el entramado urbano.
Mencionemos  además los edificios del Retiro Odontológico, en la calle
L, frente a Coppelia, y el del Seguro Médico, en 23 y N. El  edificio
del ICR-T, en 23 y M, concluido en 1947, fue en su momento motivo de
admiración para los cubanos que pudieron apreciar en esa obra de los
arquitectos Junco, Gastón y Domínguez, el primer conjunto —cine,
comercios, oficinas, restaurantes, una agencia bancaria, estudios de
radio…todo en un solo inmueble— realizado en la ciudad con el
vocabulario de la arquitectura moderna; notable no solo por su escala,
sino por el vínculo que logró establecer con el sistema vial
existente.
Ocupan sus lugares en este registro la iglesia del Sagrado Corazón de
Jesús, en la Calzada de Reina, con 81 metros de altura total,  y por
ahí anda, metros más, metros menos, el edificio de la Gran Logia
Masónica, en Carlos III y Belascoaín. La cúpula del Capitolio es, por
su diámetro y altura, la sexta del mundo. La linterna que la remata se
halla a 94 metros del nivel de la acera, y en el momento de
inaugurarse el edificio solo la superaban, en su estilo, la de San
Pedro, en Roma, y la de San Pablo, en Londres, con 129 y 107 metros de
alto, respectivamente.
La misma altura del Capitolio tiene, con 24 pisos, el edificio del
Ministerio de las Fuerzas Armadas, en la Plaza de la Revolución, y 112
metros la torre del hospital Hermanos Ameijeiras. El edificio Focsa
alcanza los  121 metros sobre el nivel de la calle, y era en 1956 el
segundo inmueble de hormigón más alto del mundo, superado solo por el
edificio Marinelli, de Sao Paulo, en Brasil, con sus 144 metros. El
edificio del Habana Libre totaliza 126 metros  de altura sobre el
nivel del terreno. Y el monumento a Martí, 141, 95 metros hasta sus
faros y banderas, dato este que ofrece Emilio Roig en su libro La
Habana: Apuntes históricos.
Así, el proyectado hotel  de la Avenida 23 tendrá unos doce metros más
que el obelisco de la Plaza. Pero no será el mayor hotel  construido
en la ciudad pues esa marca corresponde al Habana Libre que en el
momento de su inauguración, el 19 de marzo de 1958, disponía de dos
parqueos en sus sótanos, un piso principal con un gran lobby,
recepción y administración, un mezanine y 21 plantas con 630
habitaciones y 42 suites.
CAMPANAS DE LA CATEDRAL
¿Es cierto que don Martín de Andújar, cuando talló en madera  la
imagen  de San Cristóbal que se conserva en la Catedral de La Habana
introdujo en el pecho del santo  una carta en la que rogaba al patrono
de la ciudad misericordia para su alma?
    De la Catedral habanera, legos y entendidos elogian su fachada que
es, decía Alejo Carpentier, «música convertida en piedra», mientras
que para Lezama Lima se trata de un templo que se ubica en «la zona
del primer hechizo habanero», en el lugar más bello y armonioso de la
urbe. Hablan asimismo acerca de su piso de baldosas de mármol negro y
blanco,  de sus ocho capillas laterales, entre la que sobresalen la de
Santa María del Loreto y la llamada del Sagrario, y del monumento
funerario, obra del escultor español Antonio Mélida, que, en la nave
central del templo,  guardó las supuestas cenizas de  Cristóbal Colón
y que fue llevado a España al cesar la soberanía española en la Isla.
Muy pocos aluden a  sus  campañas, todas de un valor enorme, aunque de
una de ellas, en particular,  se ha dicho, que  vale mil veces más de
lo que pudiera valer la vida de un Obispo.
Una de esas campanas  fue fundida en 1647 y lleva la firma del artista
fundidor, además de una inscripción de garantía que únicamente poseen
las más reputadas campanas del mundo. Dice: «D. V. M. Eleverenter.
P.S.A. L. 72». Pesa 165 arrobas, esto es, más de 4 000 libras.  Otra,
relativamente joven, data de 1762, fecha en que la armada británica
ocupó la ciudad, cuyo obispado era gobernado entonces por Pedro
Agustín Morell de Santa Cruz.  Tiene dos metros de alto, seis pulgadas
de espesor y bajo ella catorce hombres pueden encontrar refugio. De
todas campanas de este templo la màs reciente es de 1804.
Figura entre ellas la famosa campana del ingenio  Maynicú, cedida a la
Catedral, como una reliquia histórica  por el propietario de esa
fábrica de azúcar, don Pedro Iznaga. Se supone que sea una de las
campanas más antiguas llegadas a Cuba.
La más interesante de todas corresponde a 1643 y desde el trinquete de
madera y guano de la capilla primitiva al sólido campanario de la
Catedral de hoy, ha resistido todas las contrariedades, desde ataques
corsarios hasta las adversidades climáticas.
Se fundió el 22 de agosto del año mencionado, —casi siglo y medio
antes del descubrimiento de la Isla— en Nuestra Señora de la Caridad
de los Remedios, España. Se supone que llegó por el puerto de Santiago
de Cuba, en fecha no precisada, y fue trasladada a La Habana en 1519
para ser emplazada —hay constancia de ello— en el rústico templo que
se convertiría en  Parroquial Mayor y que se erigió en el espacio que
ocupó después el palacio de los Capitanes Generales. En 1538 el
trinquete que la sostenía fue incendiado durante  un ataque pirata y
la campana cayó de su férreo soporte. Lo mismo sucedería en 1741
cuando la explosión en el puerto de La Habana del navío Invencible
dejó la Parroquial en estado calamitoso.  En 1762 los ingleses
reclamaron la campana al obispo Morell de Santa Cruz como parte del
pago de su rescate. Respondió el prelado:
—Mi vida vale muy poca cosa, pero si tuviera algún valor es bueno que
ustedes sepan que esa campana vale más que mil vidas como la mía.
90 AÑOS DE UN HOTEL
El gran compositor ruso Sergio Prokofiev se alojó en el hotel
Victoria y su terraza fue escenario de la ardua entrevista que
sostuviera con Federico García Lorca, impresionado con la música
trepidante, de ritmos incisivos y vivas aristas del autor de Visiones
fugitivas,  a quien solo en La Habana pudo escuchar en vivo.  Un
hombre tan exquisito, arisco y difícil  como el español Juan Ramón
Jiménez, Premio Nobel de Literatura, lo escogió para su estancia
habanera entre 1936 y 1939, y en su habitación del piso más alto del
hotel trabajó en sus libros y siguió  en silencio la tragedia de la
guerra que desangraba su patria. . En la misma época, don Ramón
Menéndez Pidal, presidente de la Academia Española de la Lengua,
visitaba con frecuencia el establecimiento para almorzar con el autor
de Platero y yo, encuentros a los que solía sumarse el erudito cubano
José María Chacón y Calvo. Allí se alojó el hispanista alemán Karl
Vossler y  Lezama Lima acopió el material para su célebre Coloquio con
Juan Ramón Jiménez.
Otro Premio Nobel, Gabriela Mistral fue también huésped de esta
instalación, La estancia  de tan célebres escritores movió, en cada
momento, la presencia en el Victoria de importantes poetas cubanos
como Dulce María Loynaz, Emilio Ballagas, Mirta Aguirre.  Fina García
Marruz y Cintio Vitier, que terminaría bautizándolo como el hotel de
los poetas.
    ¿A qué viene esto?  Sucede que este hotel íntimo, discreto, elegante
y acogedor, cumplió 90 años de fundado, lo que lo convierte en el
establecimiento hotelero más antiguo de El Vedado. Un hotel con
«ángel» que a lo largo de los años asentó todo un hábito de prestigio
y el empeño por mantener una marca de primera clase. Un hotel con
tradición y sello propios, que,  con distinción,  conserva el aura de
una época








    
    


sábado, 29 de septiembre de 2018

EL CHAMIZAL: UNA HISTORIA DE PERSEVERANCIA Y ...!EXITO!

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El Chamizal: Una historia de perseverancia y… ¡éxito!
8 SEPTIEMBRE, 2014
Ismael Reyes Retana
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Ismael Reyes Retana









A Manuel, Manuel, Carlos, Enrique, Carlos y Javier Tello, quienes tuvieron el privilegio de servir en la Cancillería.
“El caso de El Chamizal es seguramente el caso más apasionante de la diplomacia mexicana y posiblemente de la historia nacional en general”.
—Antonio Gómez Robledo, 
México y el arbitraje internacional
El 25 de septiembre de 1964 se reunieron los presidentes Adolfo López Mateos y Lyndon B. Johnson para ser los protagonistas de una insólita ceremonia: la devolución simbólica por parte de Estados Unidos de América de una porción de territorio que pertenecía a México: la restitución de El Chamizal.
Esta historia de éxito empezó como una historia de perseverancia 150 años antes; primero, en 1864 cuando unos (seguramente) azorados habitantes de la zona vieron cómo las tierras que les pertenecían o en las que trabajaban pasaban al lado norte del Río Bravo (o Río Grande para los americanos) y, posteriormente, cuando de manera oficial inició esta odisea. 
chamizal-1
Así, el 17 de octubre de 1866 el jefe político y comandante militar del Distrito de Bravos le comunicó al gobernador de Chihuahua, Luis Terrazas, que el Río Bravo (que en esa época era inestable y movedizo) había experimentado diversos cambios en su cauce  y que “…los jefes de Franklin defienden este terreno como suyo”.1 El gobernador Terrazas, por su parte, inmediatamente transmitió esa información a Sebastián Lerdo de Tejada, ministro de Relaciones Exteriores y Gobernación.
En ese mismo año —mientras el presidente Benito Juárez se encontraba en el norte del país luchando en contra de los franceses— dieron comienzo las reclamaciones del gobierno mexicano al estadunidense: Sebastián Lerdo de Tejada —por orden del presidente— giró instrucciones a Matías Romero, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Washington, para que sometiera el asunto a consideración del gobierno de Estados Unidos.
En las mencionadas instrucciones, Lerdo de Tejada señalaba que si bien pudiera no considerarse los cambios insensibles causados por el aluvión en las orillas del Río Grande, no es posible dejar de considerar los cambios importantes causados por la fuerza del río. Parece fundado en derecho que, respecto a las porciones notables de terreno que lleguen a quedar en opuesta orilla por la fuerza del río, subsista el dominio eminente de la nación a la que pertenecían.2
Para Manuel Tello (a quien le correspondió la negociación final para la devolución de El Chamizal cuando fungió como canciller en el gobierno del presidente López Mateos)3 en esta carta se “encuentran los primeros elementos que habrían de servir a México para reclamar el dominio eminente de El Chamizal”.4
Como consecuencia de las gestiones de Matías Romero, el secretario de Estado, William R. Sewart, consultó la opinión del Attorney General Caleb Cushin, quien formuló un dictamen en el cual hizo una distinción sumamente clara entre los cambios producidos por aluvión —modificación gradual del curso del río— y avulsión —cambio del cauce del río— y concluyó que, en el primer caso, el río seguirá siendo la línea divisoria entre los dos países y, en el segundo, la mencionada línea debería permanecer en el lecho abandonado del río.5
El gobierno mexicano no se pronunció respecto de la opinión del procurador general; sin embargo, Matías Romero —aclarando que se trataba de su opinión personal— aceptó la tesis de Cushing, pues consideró que los argumentos, además de ser equitativos, estaban “…fundados en la doctrina de los más acreditados expositores del derecho internacional”.6
Por otra parte, el 12 de noviembre de 1884 se celebró la Convención respecto de la línea divisoria entre los dos países en la parte que sigue el lecho del Río Grande y del Río Colorado, en la que se estableció que esta línea sería la fijada en el Tratado de Guadalupe Hidalgo “a pesar de las alteraciones en las riberas o en los cursos de esos ríos con tal que dichas alteraciones se efectúen por causas naturales como la corrosión lenta y gradual y el depósito de aluvión, y no por el abandono general existente en el río y la apertura de uno nuevo”. Cabe aclarar que al momento de celebrarse esta convención ya se habían producido los cambios violentos en el cauce del río, especialmente en los años de 1864 y 1868.
En relación con lo anterior es importante tener presente que los límites con Estados Unidos se habían establecido a través de dos tratados: el de Guadalupe Hidalgo (2 de febrero de 1848) y el de La Mesilla (30 de diciembre de 1853). Con el primero de los mencionados tratados se determinó la frontera entre México y Estados Unidos utilizando como línea divisoria el Río Bravo y se señaló que una comisión demarcaría la línea divisoria, teniendo el resultado de sus trabajos la fuerza de ser considerados como parte de dicho tratado. Como consecuencia, a partir de 1849 empezaron a funcionar las comisiones de cada una de las partes implicadas y, en 1852, los ingenieros William Hesler Emory y José Salazar Itarregui, comisarios de Estados Unidos y México, respectivamente, hicieron el levantamiento de los planos de los límites entre estos dos países. No obstante que, de nueva cuenta nuestro territorio fue modificado a raíz del Tratado de La Mesilla, el límite fluvial establecido por el Río Bravo fue respetado.7
El 1 de mayo de 1889 se estableció una Comisión Internacional de Límites (integrada por un comisionado mexicano y otro norteamericano) para resolver los problemas que se suscitaran en el cauce de los ríos Bravo y Colorado.
Cinco años después de establecida dicha Comisión, el comisionado mexicano presentó una reclamación que quedó registrada bajo el rubro de “El Chamizal, caso No. 4”, la cual fue originada por una promoción que hizo el propietario del terreno de El Chamizal, Pedro Ignacio García, ante el Juzgado de Letras del Distrito de Bravos, para que se le restituyeran las tierras situadas frente a la ciudad de El Paso.
Durante los siguientes dos años se reunieron los ingenieros Francisco Javier Osorno y Anson Mills, comisionados de México y Estados Unidos, respectivamente, para interrogar testigos con objeto de determinar si el cambio había sido producido en forma gradual o, por el contrario, en forma brusca.
Al final, los comisionados, al no poder llegar a un acuerdo, sometieron a sus respectivos gobiernos las actas correspondientes y sugirieron que se nombrara un tercer comisionado. A partir de entonces hubo una larga negociación diplomática durante la cual nuestro gobierno siempre sostuvo su postura inicial.
En 1905 se celebró una convención para eliminar los bancos del Río Bravo; sin embargo, se evadió el problema, ya que se excluyeron los bancos mayores de 250 hectáreas o con una población mayor a 200 habitantes; supuesto en el que se encontraba el territorio de El Chamizal.
chamizal-2
Es hasta el 24 de junio de 1910 cuando, ante la necesidad de darle una solución al problema conforme a derecho, se firmó en Washington la Convención para Terminar con las Diferencias sobre el Dominio Eminente sobre el Territorio de El Chamizal,8 en la cual se decidió someter la resolución del problema al arbitraje a una comisión mixta.
La comisión mixta es uno de los tres tipos de arbitraje que se han utilizado a lo largo de la historia. El primero en surgir fue el de Jefe de Estado, que consiste en solicitar la mediación de alguna persona que se considerara con autoridad moral, como podría ser el Papa o el emperador (en 1898 México había propuesto que el conflicto de El Chamizal fuera resuelto por algún jefe de Estado de los siguientes países: Chile, Colombia, Ecuador, Confederación Suiza o Bélgica). Sin embargo, este tipo de arbitraje casi ha desaparecido, un caso extraordinario ocurrió en 1960, cuando Chile y Argentina sometieron a la reina Isabel II de Inglaterra un conflicto fronterizo. El segundo tipo es la comisión mixta, a la que se empezó a recurrir al llegar a una concepción de igualdad jurídica entre los Estados. Por último, surgió el Tribunal de Arbitraje, en el cual los jueces son sujetos independientes que los gobiernos escogen, que es el que se encuentra más en boga en los tratados, sobre todo los de libre comercio.
La decisión de someter el caso de El Chamizal al arbitraje confirmó que México siempre ha sido un firme promotor del derecho internacional, no sólo en la teoría sino también en la práctica. Al gobierno mexicano no le importó que anteriormente hubiera obtenido laudos desfavorables respecto de otras cuestiones.
En efecto, en el caso de El Fondo Piadoso de las Californias, nuestro país fue condenado en 1902 por la Corte Permanente de Arbitraje9 a pagar a perpetuidad una determinada suma (en 1967 se dio por terminada esta obligación). No obstante este resultado negativo, México volvió a recurrir al arbitraje en 1909, en esta ocasión por un conflicto con Francia por la propiedad de la Isla de la Pasión (el laudo, emitido hasta 1930 por el árbitro único, el rey Víctor Manuel de Italia, fue favorable a Francia).10
En la Convención para resolver el conflicto de El Chamizal se estipuló que: i) la disputa sería sometida a la Comisión Internacional de Límites, la que sería aumentada en este único caso con un tercer comisionado (cuestión propuesta desde 1897, pero que México no había aceptado), quien presidiría sus deliberaciones; ii) el arbitraje versaría sobre todo el territorio de El Chamizal; la Comisión decidiría única y exclusivamente si el dominio eminente sobre el territorio de El Chamizal corresponde a México o a Estados Unidos; iii) el fallo (por unanimidad o simple mayoría) “sería final, definitivo e inapelable para ambos gobiernos”; iv) cada parte disponía de un agente y de los abogados que fueran necesarios para “…presentar argumentos orales, examinar testigos e introducir nuevos documentos de prueba”. La diferencia fundamental entre esta Comisión y la de Límites es que mientras la segunda se basó en cuestiones fácticas, la primera lo hizo en aspectos jurídicos.11
Esta Comisión o Tribunal de Arbitraje (instalado en la ciudad de El Paso) se reunió del 15 de mayo al 2 de junio de 1911, plazo durante el cual celebró 13 sesiones dedicadas a los alegatos orales y ocho a la discusión de las pruebas. Estuvo integrada por los comisionados: Eugéne Lafleur (canadiense), Anson Mills (norteamericano) y Fernando Beltrán y Puga (mexicano). Los agentes representantes de cada uno de los países en disputa fueron Joaquín D. Casasús por México y William C. Dennis por Estados Unidos.12
En un primer momento el jurista Casasús sustentó la demanda de México en: i) la improcedencia de la aplicación del tratado de 1884, pues equivalía a darle efecto retroactivo, ya que fue celebrado después de haberse dado los cambios; ii) en la improcedencia de la prescripción, debido a que no existía ningún tratado bilateral que estableciera algún plazo al respecto, y iii) en un concepto de línea fija, ya que argüía que los tratados de Guadalupe Hidalgo de 1848 y de La Mesilla de 1853 establecían como línea divisoria una línea fija e inmutable que coincidía con el cauce del río, pero que no había plena identidad con éste.13
Este último alegato no fue aceptado por el Tribunal, por lo que México se acogió a la teoría del derecho arcifinio o ribereño, que asigna la capacidad de adquirir terreno por modificaciones en el cauce del río que operen por la corrosión lenta y, en cambio, la niega a aquellas mutaciones que sean por avulsión brusca. Esta tesis, coincidentemente, era la misma que habían expuesto en su momento el procurador general Cushing y el ministro Matías Romero.
Este argumento también era congruente con principios derivados del derecho romano, en el que se contemplaba la “accesión” (combinación en forma inseparable de una cosa accesoria con la principal) como una forma de adquirir la propiedad. En el caso de tierras se distinguía entre avulsión y aluvión; la primera se da cuando una gran cantidad de tierra es arrancada de su lugar original y depositada en otro terreno; el segundo opera con el incremento lento de un fundo por el movimiento del agua.14 Este fenómeno es común en agri arcifinni o “arcifinales”, que son terrenos rústicos cuyos límites son elementos naturales.15
Esta teoría era aplicada por los tribunales de la época, incluso continúa siéndolo (prueba irrefutable de su coherencia y justicia), pues sigue vigente; ejemplo de ello es nuestro Código Civil Federal en sus artículos 908 y 910 (que tenían sus correlativos artículos en el Código Civil de 1884, en esa época vigente). Pero como afirma el licenciado Antonio Ibarrola: “no es tan fácil aplicarla cuando se trata de límites entre estados como cuando se trata de particulares”.16
Por su parte, William C. Dennis sostuvo la tesis de prescripción, que fue desechada; la aplicabilidad de los principios de la Convención de 1884, y la de que los referidos cambios se habían producido de forma lenta y gradual.
En el laudo del arbitraje, emitido el 15 de mayo de 1911, se determinó, por mayoría de votos del presidente y del comisionado mexicano, “que el dominio eminente sobre aquella parte del territorio de El Chamizal que queda comprendida entre la línea media del cauce del Río Bravo o Grande levantado por Emory y Salazar en 1852 y la línea media del cauce del mismo Río tal como existía en 1864, antes de las avenidas de ese mismo año, pertenecen a los Estados Unidos de América, y que el dominio eminente del resto del mencionado territorio pertenece a los Estados Unidos Mexicanos”.
Esta sentencia, en opinión del maestro César Sepúlveda, se “inspiró en la corriente más común de la época, y se apoya en un célebre precedente jurisdiccional norteamericano (el caso Nebraska versus Iowa), en una opinión de la Attorney General Culeb Cushing, y en la doctrina del jurista Vattel”.17
El comisionado norteamericano18 impugnó el laudo haciendo notar, entre otras consideraciones, que era de imposible cumplimiento, pues no establecía los lugares por donde debería pasar la línea divisoria. Al respecto, César Sepúlveda considera que, efectivamente, el laudo adolece del defecto de “evadir la cuestión de proporcionar una vía para la fijación de la línea divisoria”.19
Lo anterior resulta absurdo, ya que correspondería a las comisiones técnicas realizar la demarcación, pues el papel de la Comisión (según el mandato conferido por la Convención de 1910) únicamente consistía en determinar a qué país correspondía el dominio del territorio en disputa. Si la Comisión hubiera demarcado la línea divisoria, habría excedido sus atribuciones (consagradas en la Convención) y, por lo tanto, su fallo hubiera sido nulo.
Otro argumento que esgrimió el comisionado americano fue que el citado convenio establecía que se debería determinar a qué país pertenecía la totalidad del terreno y la decisión dividía en dos al mismo; esto resultaba de una errónea interpretación del convenio, el cual determinaba, como ya se ha señalado, que el arbitraje debía versar sobre el dominio del territorio, pero no especificaba que no se pudiera dividir el mismo, por lo cual no se decidió acerca de una cuestión no incluida, ni se malinterpretó lo estipulado en el acuerdo, actuando así la Comisión dentro de su competencia.
Los argumentos del comisionado americano fueron suscritos por su gobierno, por lo que éste manifestó al nuestro que no podía considerar el fallo como válido y obligatorio; incluso, el presidente de Estados Unidos declaró ante su Congreso que el “…arbitraje sobre la cuestión de límites con México denominada El Chamizal, fue desgraciadamente un fracaso; pero mediante los empeñosos esfuerzos de parte de ambos gobiernos, que la importancia del asunto demanda, se espera poder llegar a un arreglo práctico de la dificultad”.20
Al no aceptarse el laudo y no darle cabal cumplimiento se violó lo estipulado por la Convención, en la que se determinó que si el laudo fuera favorable a México “…su cumplimiento se llevará a efecto dentro del plazo improrrogable de dos años, que se contarán a partir de la fecha en que aquél se pronuncie”.
Como asevera el embajador Antonio Carrillo Flores, “la resistencia de Estados Unidos a reconocer el laudo de 1911 había hecho que desde entonces fuera políticamente imposible para México someter ninguna controversia con Estados Unidos al arbitraje internacional…”.21
A partir de entonces todos los gobiernos se ocuparon del problema de El Chamizal. El primero en hacerlo fue el presidente Francisco I. Madero, quien en su primer informe al Congreso de la Unión le dedicó la primera parte de su discurso y manifestó que el gobierno mexicano consideraba que el arbitraje sobre El Chamizal había sido un éxito y ya le había hecho saber al gobierno de Estados Unidos que “…sin prescindir de la posición que le ha dado el fallo arbitral, escuchará y estudiará las proposiciones que el gobierno americano tenga a bien hacerle”.22 Incluso Victoriano Huerta formuló negociaciones, a través del jurista Emilio Rabasa, para que se devolviera ese territorio.
Las negociaciones incluyeron diversas soluciones para solventar el problema. Así, a cambio de El Chamizal, Estados Unidos: i) construiría un aeropuerto internacional para los dos países (1913); ii) regresaría el importe del Fondo Piadoso de las Californias, u iii) otorgaría un mayor volumen de agua del Río Bravo.
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No es sino hasta el inicio del sexenio del presidente Adolfo López Mateos cuando las negociaciones entraron a una fase muy activa. El 30 de junio de 1962, durante la visita a México que realizó el presidente John F. Kennedy, nuestro presidente le expuso de forma detallada durante cerca de dos horas el origen del problema, el desarrollo del arbitraje, la esencia y características del laudo, así como las diversas soluciones que se habían examinado para darle cumplimiento integral.
En respuesta, el presidente Kennedy dijo que “…ahora que conocía los hechos básicos no tenía ninguna duda acerca de que Estados Unidos debió reconocer la legitimidad del laudo de 1911”. Por su parte, el secretario auxiliar para Asuntos Interamericanos, Edwin M. Martin, y el embajador Thomas C. Mann, reconocieron que no había ninguna razón válida para que Estados Unidos no reconociera dicho laudo y que había sido un error no admitir la legitimidad de éste desde un principio.23
Sobre esta reunión existe una anécdota que es recogida tanto en libro Tragicomedia mexicana, como por el embajador Carrillo Flores: cuando el presidente Kennedy inquirió entonces cuál era el interés fundamental de México en este asunto, si de carácter económico, político o emocional, el presidente López Mateos le contestó: “No somos tratantes de bienes raíces; nuestro interés es que se haga justicia al pueblo mexicano. El pueblo mexicano no ha olvidado pero ha perdonado ya la pérdida del territorio de 1848 porque fue consecuencia de una guerra en que fuimos vencidos. En cambio no puede olvidar ni perdonar que Estados Unidos se niegue a entregamos una porción tan pequeña de territorio después de que obtuvimos un fallo que nos fue favorable”.24
Como resultado de esa reunión se convino en una declaración conjunta en el siguiente sentido: “Los dos presidentes discutieron el problema de El Chamizal, convinieron en dar instrucciones a sus órganos ejecutivos para que recomienden una solución completa de este problema que, sin perjuicio a sus posiciones jurídicas, tome en cuenta toda la historia de este terreno”.25
En esta declaración no se hizo alusión al laudo de 1911 a petición del presidente Kennedy; en su lugar, a sugerencia del embajador Tello, se habla de toda la historia del terreno. También fue sugerencia suya el concepto de “solución completa”, ya que preocupaba a los norteamericanos los daños innecesarios que se pudieran causar a las situaciones creadas que prevalecieron durante cien años, tiempo durante el cual El Chamizal se encontró dentro de sus fronteras.
Como consecuencia del acuerdo, se realizaron negociaciones entre el secretario de Estado, Dean Rusk, representado por el embajador Thomas Mann, y el secretario de Relaciones Exteriores, Manuel Tello; de éstas resultó una serie de recomendaciones que se transmitieron a los presidentes de ambos gobiernos.
El 18 de julio de 1963 se hicieron públicas estas recomendaciones, así como la aprobación de las mismas por los jefes de Estado. El presidente López Mateos, desde el Salón de Recepciones del Palacio Nacional, se dirigió a la nación para explicar el contenido fundamental de las recomendaciones: “…El área de El Chamizal se nos devuelve íntegramente, conforme al arbitraje, sin compensación o contrapartida de ninguna especie. Es decir, México recibirá, ni más ni menos, las 177 hectáreas, que lo componen”.26
En realidad, el área de El Chamizal que se nos devolvía era la que según determinación el arbitraje de 1911 correspondía a México, y no todas las extensiones del terreno (246 hectáreas), ya que, como se recordará, el laudo optó por una división salomónica, dividiendo el territorio en dos porciones.
El 29 de agosto de 1963 se firmó la “Convención entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América para la solución del problema de El Chamizal”, entre los plenipotenciarios Manuel Tello y Thomas C. Mann. Posteriormente, la misma fue aprobada por los respectivos Senados y publicada en el Diario Oficial de la Federación el 20 de febrero de 1964.
En el texto se señala que su objeto es darle cumplimiento al laudo arbitral de 1911, considerando las circunstancias creadas con posterioridad, por lo que fue necesario cambiar el cauce del río de acuerdo con el plan de ingeniería recomendado en el Acta 214 de la Comisión Internacional de Límites y Aguas entre México y Estados Unidos.
Muy importante, además de recuperar el territorio, es el hecho de que no se efectuaría compensación alguna, lo que significa el reconocimiento de la plena soberanía de México sobre El Chamizal. Derivado de esto resulta obvio que tampoco habría títulos de propiedad privada, ni limitaciones al dominio o gravámenes de cualquier especie.
Por lo que se refiere a las construcciones existentes, lo predios que las contuvieran pasarían al dominio del Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Públicas, el cual pagaría al gobierno mexicano el valor de los mencionados terrenos y a Estados Unidos el valor de las construcciones según un estimado hecho por el primero. “Todos aquellos otros terrenos en que no hay construcciones serán de propiedad federal y el Ejecutivo determinará el fin que convenga darles”.
Otro problema, que se derivaba de lo estipulado en el párrafo anterior, es el referente a la indemnización que se debía dar a los antiguos propietarios de los terrenos y de los inmuebles que los habían adquirido sin saber que contaban con “vicios ocultos”. Por lo tanto, el gobierno de Estados Unidos tuvo que adquirirlos e indemnizar a los propietarios.
Como en la solución definitiva se determinó que no era conveniente que una porción de terreno estuviera separada del territorio nacional por el río, se estableció que se movería el cauce de éste. El costo de la construcción del nuevo cauce y de los puentes sería cubierto por partes iguales.
Un aspecto colateral importante del que también se ocupó el Convenio fue de las relaciones jurídicas, como la nacionalidad y la jurisdicción sobre procedimientos judiciales, las cuales no se afectarían de ninguna manera.
El presidente López Mateos en su último informe aseveró que su “…mayor satisfacción fue haber solucionado el centenario problema de la reincorporación de El Chamizal al territorio de la Patria”, ya que implicaría aumentar el prestigio de México, robustecer su personalidad internacional, ganar respeto en el mundo y afianzar la independencia de su política exterior.
Finalmente, los presidentes López Mateos y Johnson se reunieron el 25 de septiembre de 1964, en la frontera entre Ciudad Juárez y El Paso, con objeto de que el segundo hiciera la entrega simbólica al primero del territorio de El Chamizal, con lo cual terminaron cien años de disputas por este territorio que, aunque pequeño en extensión, es de enorme significado.
Así, este año se celebran los 50 años de la culminación de esta historia de éxito, en la que participaron mexicanos (Adolfo López Mateos, Benito Juárez, Porfirio Díaz, Joaquín Casasús y Manuel Tello, entre otros) que estuvieron plenamente comprometidos con el interés supremo de la  nación, con la justicia y con los principios rectores de nuestra política exterior: solución pacífica de controversias, igualdad jurídica entre los Estados y soberanía nacional.
Ismael Reyes Retana Abogado constitucionalista y socio del despacho White & Case.