ELIGIO DAMAS
El sector radical de la oposición cada momento profundiza y hasta expande más sus acciones. En estos días parecieran hacer verdad aquella consigna usada antes de “sin retorno”. Tanto pareciera ser eso cierto que desde el 19 de abril, por tomar una fecha que pudiera ser sólo convencional, pues pudiéramos fijar fecha antes de la Semana Santa, inició una serie de acciones sin interrupción. No ha habido día de descanso, ni siquiera para evaluar las acciones ni ciudad venezolana donde no se hayan ejecutado de las mismas. La oposición, no sin pericia, ha sabido combinar las formas de lucha que plantea en la calle para crear un estado de confusión que los medios y las redes sociales “ven” y reportan según sus conveniencias, estados de ánimo y percepciones.
Se utiliza, es evidente, la forma de protesta pacífica que reportan los medios y transcurre como es pertinente y acorde con el derecho de la gente. Ese tipo de manifestación hace eco en las redes. Recorre el país, lleva el mensaje hasta más allá donde a nadie le interesa nuestro porvenir pero conviene que eso llegue y esa primera imagen, de la protesta pacífica, del manifestante que no lanza piedras, fuego, no destruye, reclama simplemente sus derechos y todo lo que cree conveniente, se instala en la mente de la gente. Genera la reflexión que esa protesta cívica, sana tiene profundos motivos que muchas veces se adosan a la información o ya están instalados en el receptor. No obstante, pese lo pacífico, los manifestantes no enarbolan consigna alguna de interés para las multitudes golpeadas por la crisis económica y la inseguridad. Luego, cuando los ciudadanos pacíficos se marchan, se desata la violencia y toman espacio las piedras, proyectiles de todo tipo, fuego y se destruyen y asaltan espacios que al receptor allá lejos le resultará difícil imaginar y concebir. Además, la violencia genera la reacción necesaria y obligada del Estado para su defensa y de la gente y propiedad. Detrás de la imagen y nota de la marcha pacífica, la que nunca ha terminado a los ojos y oídos del receptor lejano, va la de la violencia y particularmente la relacionada con las bombas lacrimógenas y demás acciones policiales. La imagen que se instala en el receptor desprevenido o no, es la de una manifestación pacífica, no terminada, disuelta violentamente por los cuerpos policiales. Las imágenes que pudieran ver, pero no quieren, de gente destrozando cuanto alcancen, solo son inocentes gestos de protesta por la “violencia policial”.
La primera idea u objetivo, es instalar en la mente de la gente, dentro y fuera del país, que el gobierno, como cualquier dictadura tradicional, pues la palabra siempre se asocia a lo que se vende, usa la fuerza, hasta como por sadismo, para ahogar toda manifestación de inconformidad. Inconformidad que solo se manifiesta en el deseo que el gobierno se vaya.
Se intenta, como dijese Maryclen Stelling, provocar una seria confrontación. Uno observa manifestaciones de odio, hasta de gente que ha sido sana y generosa porque las conoce, que parecieran dispuestas a salir a enfrentarse en cualquier terreno y mediante cualquier procedimiento contra “su enemigo”, que en la vida real pudiera ser su vecino, amigo de toda la vida y hasta familiar. Es decir, se intenta fracturar la sociedad venezolana y, es triste decirlo, pareciera que quienes eso quieren han avanzado sustancialmente. Están teniendo éxito en eso de “provocar una seria confrontación. Ayer mismo leí en facebook expresiones que me produjeron gran tristeza, de gente que es buena, sana, pero afectada por la crisis económica, los malos salarios, la muy débil capacidad adquisitiva del asalariado, porque en ella es esto lo que pesa, exaspera y predispone. Sobre ese hasta justificado estado de ánimo se monta la estrategia comunicacional ligada a las acciones que antes hemos descrito.
El estado de ánimo, signado por la intolerancia, el descenso del nivel crítico, capacidad para entender la complejidad de la coyuntura, los rasgos e intereses de la fuerzas en pugna, hacen propicio el escenario para que en Venezuela pueda producirse un estallido de violencia de grandes magnitudes que motive acciones ulteriores planificadas desde los altísimos círculos de la política, militarismo y finanzas a nivel internacional.
El radicalismo opositor ha sido tan “exitoso”, que ha sumado gente antes discreta, más propicia al entendimiento, búsqueda de salidas civilizadas y sumido en el silencio a otras también nada radicales.
Es elemental que a los círculos más radicales, quienes trabajan en todo los frentes como generando violencia en las calles, hasta sin importar que el objetivo de la rabia pueda ser un preescolar o un hospital de niños, no tiene interés alguno en el asunto electoral. Por eso Borges responde con displicencia y hasta con soberbia y egolatría, como si eso sólo a él incumbiese, a Maduro cuando este les reta a medirse en las elecciones. Cuando Borges responde, lo hace exactamente en el mismo estilo que suele usar el personaje a quien cree responder. Y Borges, a quien hemos tenido como de los sensatos, viendo el nivel que alcanzan las protestas, no quiere que ese autobús le deje en la parada.
La paz. El diálogo, entonces no es una aspiración, deseo y necesidad primordial de todos, sino una negociación simple y pueril entre Borges y Maduro. Aquél, ahorita, en ese segundo cuando cree que los vientos soplan a su favor o de lo que no siempre ha creído, pero ahorita le conviene aprovechar, toma el rol de vocero. El presidente, como acorralado por una acción violenta opositora que rebasa los marcos de la legalidad y la prudencia, pero obliga la conducta del gobierno, se aviene a llamar a elecciones sin que eso, desde el punto de vista legal sea de su competencia y cuando antes jugaron la carta de eludirlas hasta donde fuese posible.
Lo que de verdad se busca es romper la legalidad. Ya en el 2002 lo mostró el gesto de Carmona Estanga. Lo primero que hizo aquel usurpador fue derogar la constitución del 99. Esta pesa demasiado, es una traba para los planes del gran capital internacional y sus socios. No es problema de elegir nuevas autoridades. Eso no basta. Se trata de eliminar esa molestia, piedra de tranca de la “Constitución Bolivariana”.
No se busca sacar a Maduro simplemente o llamar a elecciones generales, lo que no está previsto en la Carta Magna, para elegir nuevas autoridades. Y aunque eso suceda, aun ganando el bando opositor, el cuadro quedaría cerrado. Por un lado, una oposición que no es nada homogénea, discrepa profundamente frente asuntos puntuales de la economía, tanto como para aprobar un plan de la indeleble marca del FMI y del otro el chavismo, que tendría fuerte representación y otros factores emergentes más cerca de este que de aquélla, aunado a esa “tranca hermética” por un lado, pero abierta para el impulso de lo bueno y progresista. Sin contar que el ejército, este de ahora, por algo se define como “socialista y profundamente chavista”.
Por eso, los de arriba, más allá de quienes uno y el común de la gente ve y escucha que se creen jefes y frescos dirigentes de un “cambio”, y aún también muchos de estos, lo que de verdad quieren es romper la legalidad toda y provocar un estado de cosas que propicie medidas como las que dejó inconclusas y sin concretarse el golpe de abril del 2002.
Pero todavía hay espacios y olas que abordar. En el CLEL (Consejo Legislativo de Lara) se produjo un hecho, para nosotros nada sorpresivo. Por largo tiempo hemos venido llamando la atención sobre eso. En ese organismo, todos los partidos allí representados, se acordaron en condenar la violencia y apostar al diálogo y consolidación de la paz. Eso no es un hecho aislado y ante el cual los dirigentes, del gobierno y de oposición sensata, deberían mantenerse indiferentes. La oposición no es homogénea, una roca firme e indestructible y en todos los espacios de la patria venezolana predominan quienes ansían la paz y la democracia. Sólo ella garantiza al pueblo se ventile la solución de sus problemas con el debido equilibrio y sentido de justicia. Deben todos recordar la historia, la experiencia, quienes asumen la política sin respeto por nada, como la constitución y lo que ella significa, tampoco lo tendrán contra quienes, una vez ellos llegados al poder, intenten oponerse a cualquier acto desmedido y contrario a los intereses específicos de la Nación y los derechos humanos. Mirémonos en el espejo que en el cual se reflejó el pinochetismo.