ELIGIO DAMAS
Hacía cola para pagar una pequeña cuenta, por una mano de cambur, de esos que en Cumaná llamábamos “rabo e´mula” y medio “cartón” de huevos, por lo que hube de cancelar ciento setenta bolívares, lo que es una muestra interesante para el presidente Maduro y sus asesores, del drama de la inflación y por lo que uno reclama signos de interés y preocupación de la dirigencia, cuando escuché a una señora un poco mayor que yo, de unos 65 años, decirle a una niña, de unos seis años, probablemente su nieta, lo siguiente, porque le pidió le comprase algo,:
-“¡Ya te dije!, eso te lo compraré cuando la mona Chita pague los aguinaldos”.
No conforme con lo que ya había dicho y sin que la niña, ni persona alguna de las allí presentes, hubiesen dado muestras de interés por ello, repitió esta vez con potente voz - de donde deduje, vainas del oficio, que debía ser una maestra jubilada – como para hacerse notar y todos se percatasen de lo que decía, quizás creyendo hacer un chiste de buen gusto:
-“¡Si!, te lo voy a comprar, pero te repito, cuando la mona Chita me pague los aguinaldos”.
Esta vez la señora logró llamar mi atención y posiblemente de todos a quienes allí estaban, aunque fingieron enterarse después de mi conversación, que siempre procuró ser muy respetuosa con la dama, aunque tuviese tono recriminatorio.
Como deduje por el tono de su voz, claro y potente, más de lo habitual, sobre todo tratándose de una señora de su edad, le pregunté con el fin de entablar una conversación con solución de continuidad, sin contingencias:
-Querida señora, por su voz, me parece que usted trabajó como maestra. ¿Estoy en lo cierto?
-“Si”, respondió ella ensayando una sonrisa agradable.
Era una señora de baja estatura, de apariencia humilde y hasta con rasgos no precisamente caucásicos o blancos, ni siquiera de eso que uno habitualmente llama trigueño sino de inocultables huellas afrodescendientes, para decirlo como gusta a algunos o “negro venezolano” como dicen otros, según esté del lado de Jesús García o Brunilde Palacios.
-“Entonces señora, apuesto que usted, por haber trabajado de maestra, está jubilada por la gobernación del Estado Anzoátegui”.
Dije aquello, mientras puse mi mejor sonrisa, para que mi pregunta llegase inocente y hasta simpática.
-“Si”, volvió a hablar en tono afirmativo la señora.
Mientras se desarrollaba aquella intrascendente conversación, otras personas que estaban en la cola, más por matar el tiempo que por otra cosa, prestaban atención. El aburrimiento es una vaina que en veces solemos matar con algo más aburrido, es una manera de llevarnos la contraria a nosotros mismos. Aunque otros prefieran decir que es una propensión nuestra a la chismografía.
Continuó hablando la señora después de pronunciar aquel “Si”, sin suspirar ni dar muestras de nostalgia. Pero esta vez fue ella quien me interrogó con un notable gesto de extrañeza y mostrando otra sonrisa:
-“¿Cómo sabe usted eso? Yo no trabajé en Barcelona ni Puerto La Cruz, siempre lo hice en las ciudades del sur. Es ahora cuando vivo aquí. Pues después de jubilada me vine a vivir con uno de mis hijos aquí al frente. En una de esas quintas.”
Al terminar de hablar señaló hacia un área urbanística de Barcelona donde ahora reside gente de clase media de niveles de ingresos más o menos elevados. Se trata de una esas urbanizaciones de casas unifamiliares que están organizadas en condominio y protegidos de la gente de fuera, donde entrar está vedado al común de la gente. No hay perros que cuiden, pues todos son mascotas; de cuidar que los pobres no importunen ni a las mascotas, se ocupan otros pobres, los vigilantes, muy mal pagados.
-“Bueno”, comencé a responderle, mientras pensaba bien lo que habría de decirle.
-“Lo de maestra lo deduje por su manera de hablar, son gajes del oficio; también soy maestro”.
-“Lo de jubilada por lo que acaba de decirle a la niña, que le comprará lo que pide cuando Chita le pague los aguinaldos”.
Fui hasta extremadamente cuidadoso, no hice mención a su edad para apoyar mi deducción de jubilada.
-“¡Ah sí!” volvió a hablar la señora. Aplicó su lógica elemental, aquel señor que estaba frente a ella, con unos lentes, en aquel espacio, debía ser, no hay otra posibilidad, de los nuestros.
-“¿Y quién es Chita?”, pregunté sin dejar de sonreír y mostrándome como su cómplice, mientras la gente alrededor más interés mostraba sobre el asunto.
-“Pues ¿Quién va ser sino el gobernador?”, dijo ella mostrando una más amplia sonrisa como si estuviese haciendo una propaganda de un dentífrico.
-“¡Ah!”, dije yo, mientras suspiraba hondo para no dejar escapar lo que en casos como esos uno debería decir o hacer.
-“¿Por casualidad sabe usted colega lo que es racismo? ¿Tiene idea de lo nocivo que es promover el racismo? ¿Se ha puesto a pensar en el daño que hace usted a esa niña, de su mismo color y rasgos, posiblemente su nieta, llamando a un ciudadano por sus rasgos físicos Chita o sea mono? ¿No se ha puesto a pensar usted que ese mensaje suyo daña a esa niña, le insufla odios y lo que es peor contra usted y ella misma? ¿No se percata que le lanza a la niña el mensaje negativo de rechazar a la gente por su color? ¿Ha olvidado usted el oficio? ¿Sólo recuerda los aguinaldos?
Todo aquello lo dije en muy queda voz y en actitud de sacerdote, como si fuese el Padre Molina, aprovechándome pues de mi mayoría de edad y tenue tono de voz.
Al llegar aquí la señora se envalentonó, se sintió o hizo la ofendida y me formuló una pregunta que asumió como hiriente y hasta amenazante por el patio donde estábamos.
-“¿Usted cómo que es chavista?”
Dispuesto a estar tranquilo, ecuánime, callé un rato, me armé de toda la paciencia y dulzura posible y dije a ella y todos los que allí escuchában:
-“No se trata de eso señora. No hablo de política y lo que menos quiero es que este asunto tan delicado y humano, usted lo banalice, llevándolo a la diatriba política e impidiéndole a quienes escuchan que juzguen con equidad”. “Además, percibo que usted no le agrada lo cree que soy y rechaza, pero elogia al hacer ese discurso de llamar Chita a un ser humano por su color?”
-“Todo su trabajo, el de maestra y política es deficiente. Cualquiera la reprobaría”.
-“No que va, dijo ella, usted es chavista”.
Está vez repitió aquello apuntándome con el índice derecho como quien acusa a alguien de algo grave e ilícito.
Le respondí a su esperado ataque de esta manera:
-¿Entonces usted cree que los chavistas no son racistas y los opositores sí? ¿Entonces debo creer que usted cree que para oponerse al gobierno hay que ser blanco? ¿Entonces como quedarían aquellos que, unos cuantos conozco, que no son blancos, caucásicos, arios, como tantos que aquí estamos? ¿Tendrían que ser chavistas, pese a que crean que el gobierno no lo hace bien? ¿Estar a favor o en contra del gobierno es un asunto que se limita al color o los rasgos físicos que uno tenga? ¿Están de acuerdo con usted los opositores en eso del racismo? No lo creo.
-“No pregunto si usted es chavista por eso que acaba de decir, sino porque está defendiendo a Aristóbulo”.
Esto lo dijo lo señora como quien da sus patadas de ahogado .
-“No señora, no he estado defendiendo a Aristóbulo. Quienes nos rodean pueden ratificarlo. Yo la he estado defendiendo a usted y el derecho de la niña, a formarse sin odios contra nadie ni complejos, y menos por asuntos como ese del color de la piel”.
-“Aunque usted no lo crea, estoy seguro que Obama y Aristóbulo no necesitan que nadie les defienda de quienes dicen cosas como usted”.
-“Me perdona, pero no tengo más nada que decir. La felicito, me felicito y felicito a muchos niños que usted esté jubilada”.
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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 10/29/2014 07:12:00 p. m.