“La vanguardia del ejército se detuvo y su jefe se fue con el guajiro hasta donde estaba el oficial que mandaba la tropa, que según el guajiro era un coronel. Quién sabe si él conocía los grados del ejército o si había escuchado a alguien llamarle coronel. Según el guajiro el oficial palideció, también dijo que eran 800 soldados, deberíamos de restarle 600, para dejarlo en 200.
En ese momento esa tropa se detuvo allí mismo, no avanzó ni un paso. Con la emboscada de La Diana a mediados del pasado febrero, apenas un mes atrás, se acobardaron de mala manera. De haber seguido adelante se hubieran encontrado con un grupo de sólo 52 hombres, los que no podíamos salir de allí hasta que fuera de noche, porque lo mismo hacia el oeste, norte, sur o este, sólo había terreno desfavorable para nosotros.
Mientras todo eso sucedía nosotros no sabíamos nada de nada. Y para colmo de males, Anastasio Cárdenas, que era un buen hombre, se encaprichó en esperar un día más a esperar los prácticos que Menoyo mandaría. Un jefe, cuando sucede algo imprevisto, debe tomar decisiones de acuerdo a como se vayan desarrollándose los acontecimientos y tiene que tener iniciativas propias.
Anastasio Cárdenas era natural de Camajuaní, propietario de una tarima en la plaza del mercado de La Habana, que tenía con un hermano que vivía en el Escambray, en un lugar conocido con el nombre de Charco Azul. De nombre Felipe, Anastasio Cárdenas, tenía un gran mérito: era fidelista y combatiente vertical contra la tiranía. Nada más.
En la mañana del día 24 de marzo de 1958 apareció una avioneta dando vueltas sobre Linares, donde nosotros estábamos todavía, esperando por los prácticos que Menoyo mandaría para guiarnos hacía nuestro destino en Guanayara. El lugar era una loma que tenía un arroyito con bosque en la cima. En la parte baja todo era potreros sin mucho pasto, y hacia todas partes había pangola e hierba guinea de no más de 20 pulgadas de altura. La avioneta comenzó a tirar unas bombitas que al caer al suelo soltaban un humo blanco sin parar. Yo no tenía ni media idea de para qué servía ese humo.
Pero Tony Santiago García, que era más viejo que yo, había estado en el ejército de los Estados Unidos, en los marines, y como había participado en los combates de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, tenía mucha experiencia. Él tomó la iniciativa y comenzó a dar las órdenes en aquel caos. Era temprano y el cielo estaba muy claro. Tony nos empezó a explicar el peligro de ese humo que marcaba el lugar que le serviría a otros aviones para bombardearnos en un corto tiempo. Nos dijo que teníamos que salir del lugar marcado por el humo. El problema era que para salir tendríamos que pasar por el potrero abierto. Por suerte, había un pedazo cubierto de hierba guinea muy limitado, donde a un hombre parado le daría por la cintura. Todos nos fuimos arrastrando desde el bosque para la guinea, los uniformes grises no nos ayudaban mucho para pasar inadvertidos. Si por desgracia nos llegaran a divisar, en aquel lugar no había una roca o un árbol donde uno pudiera protegerse, todo consistía en tratar de que no nos vieran.
Cuando ya estábamos en la yerba de guinea llegaron tres aviones. Tony dijo que ese tipo de avión tenía 6 ametralladoras calibres 50 por la parte de adelante.
Empezaron a soltar unas bombas que estremecían todo el sistema montañoso, nos parecía que el mundo se estuviera acabando.
Los campesinos de todos los caseríos a la redonda, ya estaban esperando el encuentro entre los rebeldes y el ejército de la dictadura batistiana, pero nadie esperaba que viniera la fuerza aérea. Ellos estaban esperando al ejército por tierra, porque el reto lo habíamos planteado nosotros al mandar a buscar al enemigo. Cuando llegaron los aviones, ellos pensaban que nos matarían a todos. Desde todos los caseríos a la redonda, la población miraba y oía los grandes estruendos de las bombas y el ruido de las calibres 50 disparando desde las alturas. Se podía observar desde kilómetros de distancia hacía todas partes. Ese día por fin se sabría de verdad lo que los supuestos expertos decían: que después de la existencia de los aviones modernos, la Guerra de Guerrillas no era posible.
Esa fue la primera vez que la fuerza aérea bombardeara un sitio en el Escambray donde se encontraban los rebeldes.
Los casquillos de las 50 caían sobre nosotros, a muchos les dieron más de una vez, pues los proyectiles caían sobre el bosque pero los casquillos vacíos caían sobre el potrero donde nosotros estábamos tendidos, casi todos rezando a los distintos santos y a la Virgen. Fuera de donde marcaban las bombitas de humo, -que nos quedaba a 14 ó 15 metros-, dentro de la hierba guinea, con un pedacito de madera en la boca por consejos de Tony Santiago. Él nos había dicho que podía evitar que nos reventara el tímpano. Todavía no sé si eso es verdad, pero por si las moscas aquel día me lo puse.
Cuando a los aviones se les acabó la metralla, se fueron, pero no tardaron en volver. No sé si fueron los mismos aviones, que fueron a algún lugar cerca, a Cienfuegos o Santa Clara, pues a La Habana no tenían tiempo de regresar tan rápido, o quizás fueron otros tres aviones del mismo tipo quizás. Me preguntaba: ¿Por qué 6 aviones juntos no podrían operar? No lo sé.
De nuevo llegaron tres y de nuevo giraron sobre el pico de la loma de Linares descargaron la metralla, en círculo uno detrás del otro. Recuerdo que el viejo Cadenas comentó: ‘en la Chambelona, no se veían estos pájaros’. No sabemos si un avión por accidente rozó a otro, o que el motor tuvo un problema, pues se retiró echando una humareda negra, que yo pude ver gracias a que estaba acostado mirando para arriba. La mayoría no se percató de que un avión se retiró y los otros dos también se fueron detrás de ese avión. Pero los guajiros que estaban mirando si se percataron de eso.
Era ya tarde y Anastasio le dijo a Tony: ‘organiza la guerrilla que marchamos ahora mismo para seguir’. Pero de todas formas teníamos que esperar la noche. Mi única preocupación era que el nuevo hombre Heriberto Zequeira, se nos rajara y nos abandonara, pero el muchacho era de ley, estaba firme. Después de eso he leído muchas boberías que él ha dicho o que otros hemos dicho por él, pero no me importa, lo recuerdo con cariño. Esa noche él se ganó los galones.
Guiados por él bajamos por el arroyito que era la única parte donde había un poco de vegetación para cubrirnos. Ya el enemigo nos estaba rodeando. Ellos pensaban que la aviación tenía que habernos hecho daño, mucho daño. Marchamos juntos en fila india con el guía, único conocedor del terreno. Ya llegando a la parte baja, sentimos un nutrido tiroteo, y pensamos que era con los prácticos que Menoyo nos había enviado, pero de nuevo Tony, se percató de que era un error del enemigo, que confundidos en la oscuridad de la noche, y quizás por el miedo, se empezaron a disparar entre ellos cuando se estaba tendiendo el cerco.
Pasamos la voz, de hombre a hombre de lo que estaba pasando. Primero a gatas y más tarde a rastras, poco a poco fuimos atravesando por el centro del tiroteo, dejando atrás el lugar y comenzamos a subir la ladera de enfrente a Linares. Nos detuvimos a las 4 a.m. Pudimos avanzar en toda la noche unos 700 metros, casi a cien metros por hora, por un potrero donde no podíamos ponernos de pie, pues nos verían desde todas partes. Ya de día pudimos ver el bosque de Linares, muy ralo por el castigo de las bombas y la metralla. La gente dice que todo ese día fue bombardeado.
El día 25 de marzo de 1958 lo pasamos esperando que llegara la noche y rogando a los distintos santos y a la Virgen, para que no nos localizaran en ese lugar desamparado de vegetación y de rocas o zangas donde poder atrincherarnos. Ese día abrimos unas cuantas latas de la reserva de leche condensadas, mientras caminábamos a rastras.
El viejo Cadenas nos contó que cerca de allí había un lugar que él conocía, donde existía un bosque. Salimos tan pronto oscureció para el lugar, pero de guía iba Zequeira, que también conocía el lugar. Después de una caminata de 4 horas, cuando llegamos al ansiado bosque, él ya no existía pues lo habían quemado. El 26 de marzo tuvimos que seguir caminando hasta Manacal, a la casa de un hombre que era de apellido Moreno, pero era más conocido con el mote de Bigote, porque tenía un enorme bigote negro.
En casa de Bigote oímos la radio de la Sierra Maestra. De acuerdo a las noticias que trasmitía, parecía que la huelga que se aproximaba provocaría el fin de la dictadura.
El 26 de marzo a eso de las 6 p.m. salimos en fila india, con rumbo a la finca de Raúl la Rosa, donde llegamos el día siguiente por la mañana. Allí comimos, descansamos y nos enteramos de todas las noticias de ‘Radio Bemba’ referente a la enorme victoria que tuvimos en Linares, las cosas que contaban los guajiros, sobre como tumbamos un avión, la cantidad de heridos que le producimos al enemigo, etc. Nuestra moral subió al máximo, siendo la verdad que no habíamos disparado ni un solo tiro, ni gastamos una sola bala, pero ganamos la batalla de la propaganda gracias a la osadía de Tony Santiago de mandar a buscar a los soldados enemigos allá en las Llanadas de Gómez, con nuestro alarde de que teníamos armas antiaéreas. Oyendo eso me daba un poco de vergüenza, pero tampoco lo iba a desmentir pues a partir de esa historia los campesinos pensaban que éramos más fuertes que los guardias que por décadas los habían aterrorizado, con sus ‘planes de machetes’ y sus desmanes.
Salimos por la tarde de ese día con rumbo a la finca de Quito Gómez, también en Manacal, pues esa zona de un lado y otro del río Agabama se llama así. Todos lo cruzamos. Era peligroso, pues ese río crece de golpe. Llegamos a casa de Quito Gómez donde nos esperaba Felipe Lema, muy conocido por Piro Lema.
Felipe venía desde Guanayara con la misión de llevarnos para donde estaba Menoyo. El 27 de marzo de 1958, en casa de Quito Gómez, se nos incorporó Ramón Quezada Gómez (Ramonín) y Juancito Martínez. El grupo aumentó a 54 guerrilleros, contando a Piro que venía armado. Allí pasamos todo el día.
Por la tarde salimos rumbo a la finca La Gloria propiedad de Julito Lara. Pasamos por una casa donde había corrales de reses, ya tarde en la noche. Allí se encontraba una tropa enemiga, que con sólo oírnos llegar se echó a correr. Parece que eran guardias rurales que conocían la zona. Desaparecieron en la oscuridad de la noche. El 28 de marzo de 1958 llegamos a la casa de Julito Lara, ya nadie tenía miedo de recibir a los rebeldes, ni se ponían nerviosos cuando llegábamos a sus casas, pasamos todo el día allí.
El día 29 de marzo de 1958, salimos para un lugar conocido como Yagunal, donde quedaba la propiedad de Domingo Ruiz. Cruzamos de noche el río Ay. Como estaba muy crecido, lo hicimos por un puente improvisado con un árbol caído que cubría de una orilla a la otra, con una baranda de un solo lado. Recuerdo la preocupación de algunos muchachos con el viejo Cadenas, que era el último de la fila. Si era difícil para un hombre joven pasar por ese puente, cómo sería para un viejo casi ciego con un bastón. El árbol estaba muy húmedo y resbaloso, y al que cayera nadie le podría ayudar, sería una muerte segura.
Acampamos en un cafetal, todo el día tomamos café, desayunamos, comimos vianda hervida y carne de cerdo frita.
El día 30 de Marzo de 1958, salimos de Yagunal rumbo a Dos Arroyos. Acampamos en la casa de Manuelito Naranjo. Ese día por la tarde, llegamos a Guanayara a la casa de Omelio Cancio y Dulce Cabrera, donde estaba toda la tropa de Menoyo y William Morgan. Llegó un grupo desde Bocas de Carrera -cerca de Trinidad-, liderado por Alfredo Peña, que era de unos veinte hombres. Alfredo traía una mira telescópica y venía acompañado por su esposa Gloria Elvira Soto Del Valle. El día antes de llegar nosotros Pompilio Viciedo había partido para la zona del Circuito Sur con la tropa que trajo de Sancti Spiritus. Cuando llegamos Menoyo no me reclamó nada acerca de la decisión de Rolando Cubela que yo secundé con muchísimo entusiasmo. Darío Pedrosa había salido por carretera no apareció. No supe si era porque Menoyo le había dado otra ‘misión’.
También estaba allí, según me dijo Menoyo, un amigo mío de Sancti Spiritus que él no conocía. Fui hasta la hamaca donde dormía el hombre con una colcha que le cubría la cabeza, pensando que era cualquier persona, menos quien era. Se trataba de Aurelio Nazario Zargen, lo que para mí fue una sorpresa. Lo primero que le pregunté fue: -- ‘Tú no vienes para quedarte ¿No?’ —Y Nazario me contestó: -- ‘¡Pues sí vengo para quedarme! ‘
Le dije: --‘Oye esto es muy duro aquí’.
Fui a ver a Menoyo, y le expliqué lo importante que Aurelio Nazario hombre seria en la retaguardia.
Aurelio Nazario fue el representante a la Cámara que más votos sacó de todos los demás. En Las Villas hubo sólo un representante a la Cámara que sacó más votos que él: Pardo Llada. Pero además Aurelio era el líder campesino más importante del sector de los tabaqueros. Él tenía relaciones con los campesinos de toda Cuba y ellos eran económicamente muy poderosos.
Menoyo no conocía a mucha gente fuera de La Habana. Traté de convencerlo de que al estar nosotros fuera de Sancti Spiritus, donde dejamos nuestra retaguardia, Nazario fácilmente nos la podía organizar, así como en toda la provincia. Nazario en las lomas con nosotros era uno más, con limitaciones por su edad, pero él se negó a irse aludiendo a que desde las guerrillas podía ayudar también.
Allí tomé nota de los nombres de los nuevos compañeros. Contamos entre los que estábamos en Guanayara con 109 hombres armados, más Jesús Carrera por Nuevo Mundo con Artola y 30 hombres bien armados. Leonardo Bombino y el hermano de Faustinito Echemendía venían desde el Cacahual con 11 guerrilleros nuevos, entre ellos: Noel Salas Santos, Miguel García Delgado, un hermanos del Vaquerito, dos de Ciego de Ávila y otros jóvenes de Sancti Spiritus, hasta completar en ese grupo con 11. Roger Redondo González